Diario de Ruta 2015, Uzbekistán

A lomos de un camello de metal

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En Samarcanda dejamos nuestro fiel autocar, compañero infatigable de los últimos días, sin el cual habríamos perecido de calor y cansancio cual caravaneros sin camello siglos atrás.

El trayecto de vuelta hasta Tashkent lo haremos a bordo de un cómodo tren de Talgo, acompañados de Héctor Castañeda, responsable de mantenimiento de la empresa española en Uzbekistán.

El convoy se pone en marcha puntualmente mientras Héctor nos explica algunas cosas más del tren en el que viajamos. Funciona de manera 100% automática, aunque los maquinistas siguen presentes como medida de seguridad. Éstos son antiguos operarios de trenes uzbecos (seleccionados entre los mejores del país, según nos dice Héctor) que han pasado, como todo el personal del Talgo, por una formación específica (un curso inicial, formación semanal y un examen cada seis meses).

¿Es difícil construir y mantener líneas ferroviarias en Uzbekistán? “No es más difícil que en España. La diferencia es que si allí hay algún problema, sabes que tienes a toda la compañía detrás. Aquí estás solo”, afirma Héctor Castañeda. De momento, parece que sortean estos problemas bastante bien, ya que tienen dos trenes en servicio desde hace cuatro años y están preparando otros dos.

El viaje transcurre de forma totalmente familiar y, si nos abstraemos de las ventanas, podríamos tener la sensación de estar haciendo cualquier trayecto por España. Los inmensos paisajes de Asia central pasan ante nuestros ojos. Hemos dejado atrás el barro de Jiva, el polvo del desierto de Karakalpakstan, los azulejos de Bujara y la piedra de Samarcanda. Volvemos una vez más al asfalto de Tashkent y a su bullicio de capital moderna; pero antes, aún nos quedan dos horas de disfrutar de este último viaje tras los pasos de las antiguas caravanas. Suelto un suspiro y exclamo: “Sí, muy cómodo y todo lo que quieras, pero esto con los camellos tenía mucho más encanto. Todo es más bonito con camellitos”.