Diario de Ruta 2015, Uzbekistán

Con la casa a cuestas

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Los nómadas fueron los primeros viajeros y su forma de vida se perdura a día de hoy en ciertos lugares de Asia Central. Su hogar son las yurtas, una construcción móvil adaptada a los climas más extremos. Esta es también el hogar de los tahinos en su noche en Karakalpakstan.


La humanidad se inicio viajando. Se calcula que hace un millón 800 mil años que los primeros viajeros posaron sus ojos sobre las mismas tierras en las que este lunes lo hacemos los tahinos. Pero lo que hace particular a Asia Central es que aquí, el ser humano no ha dejado nunca de viajar. Toda Asia Central, incluida Uzbekistán, conserva aún pueblos nómadas que se resisten a sucumbir.

Pero para estar siempre viajando no puedes permitirte el lujo de echar raíces, todo aquello que poseas debe ser portable, incluida tu casa. Los pueblos nómadas uzbecos han encontrado en la yurta su hogar.

Las yurtas son pequeñas construcciones con un esqueleto de madera recubiertas por grandes cantidades de lana y pieles de camello. Estas construcciones aún es posible encontrarlas sobre alguna duna o estepa del desierto de Karakalpakstan (ing).

En su conjunto, Asia Central es una zona del planeta con clima extremo. En invierno las temperaturas pueden llegar a los 30 grados bajo cero, mientras que en el extremo verano las temperaturas rozan los 50. Es por eso que las yurtas han jugado un papel fundamental en la supervivencia de los pueblos de esta región del mundo.

Las capas de lana y piel son un aislante térmico excepcional del interior de la vivienda. Las paredes de tela dan a la construcción la capacidad de adaptarse a cualquier necesidad. En la parte central del tejado, el esqueleto de madera deja un círculo libre por el que, tirando de unas rudimentarias cuerdas, se abre una excepcional apertura por la que ventilar el aire caliente y a la vez extraer los humos del fuego durante la cocina.

Si el calor aprieta, unas simples falcas de madera levantan la tela unos 50 centímetros de la base, aprovechando así las corrientes de aire que circulan a ras de suelo. Con ello, se consigue refrescar la totalidad de la yurta y mantener un flujo de aire constante en su interior.

La yurta es pues un lugar cambiante. El resultado de unos seres humanos marcados por el movimiento, un lugar que le da al que lo habita un interior idóneo en el que vivir pero, que a la vez, le permite moverse y recoger todas sus posesiones para conocer nuevas gentes y lugares.

La yurta es pues más que un hogar, es un concepto de vida del que todo viajero debe impregnarse para poder comprender las costumbres y tradiciones de aquél que se le presenta ante sus ojos.

 

Foto: Ana Rodríguez