Reportajes 2009, Ecuador

Conversaciones en las alturas

foto ecuatorianos.jpg
Aprovecho el largo recorrido entre Barajas y Guayaquil, donde hacemos escala antes de llegar a Quito, para conocer de cerca las historias de ecuatorianos que regresan a sus hogares para aprender más sobre mi destino.

 

La mirada curiosa de un niño repasa con atención a los pasajeros que toman asiento a su alrededor. Me recibe entre saltos de alegría, mientras sus patadas resuenan con fuerza en el respaldo de enfrente.

– ¡Guillermo! – su padre no parece contento con su conducta, pero el pequeño responde agarrando del pelo cariñosamente a su nueva víctima. El hombre, avergonzado, lo separa de mi lado.
Por un momento, doce horas me parecen demasiado largas al lado del travieso chiquillo. Aún así, sonrío y pregunto.
¿Qué edad tiene?
– Dos años. Es la segunda vez que Guillermo va a visitar Ecuador.

Diógenes, su padre, emigró a Barcelona hace ocho años, cuando perdió toda esperanza de encontrar empleo como mecánico en Guayaquil, su ciudad natal. Fue en España donde fundó su familia y nació su primer hijo, Guillermo.

Claro que me gustaría volver – me cuenta – pero mi meta en Ecuador sería comprarme una casa. Veinte mil dólares no son muchos euros, pero en España con la crisis es imposible ahorrar. Yo me quedé en paro y es mi mujer la que trabaja mientras yo cuido de Guillermo.

Apasionado de la gastronomía típica de su país y que él ahora prepara en la Ciudad Condal, nos recomienda los platos de la costa, de donde procede. Adora el "encebollado": preparado con pescado y yuca, y también los caldos, el arroz con menestra y la fritada.
Aunque nunca ha estado en Quito, está seguro de que nos encantará.

Mis amigos dicen que su catedral es más bonita que la Sagrada Familia, sin ofender.

Siempre habrá libros que me hablen de la belleza de los monumentos de la capital de Ecuador, pero su relato sobre la vida social puede resultar único. Así que, me intereso por la vida en las calles de Guayaquil.

En mi ciudad, se juega al fútbol sala, pero en la calle. Las calles están llenecitas de gente que juega al fútbol, y también al volley. Pero, como en España, el deporte rey es el fútbol. Además, tenemos la salsa, el merengue… Ahora, bailamos de todo. Últimamente hasta reggeaton y bachata. Una española me dijo que le gustaban más las fiestas ecuatorianas que las españolas, ¡deberías probarlo! – me aconseja.

Prometo intentarlo, le digo. El pequeño se ha dormido entre los dos y aprovecho para preguntar por él.

Aún no va a la guardería. Son caras y hay pocas plazas. Donde vivimos en Barcelona, hacen falta 110 puntos y nosotros sólo tenemos 25. De momento, yo me encargo de él, pero me gustaría que Guillermo creciera en Barcelona. Hay más oportunidades y becas. En Ecuador, es distinto.

¿Qué es lo que echa de menos de su país? – le pregunto.
La familia, claro. Mi hermana, mis sobrinos y mi madre. No te miento, para cualquier ecuatoriano su madre es lo primero, antes que su mujer. La familia es lo más importante, – dice mirando a su hijo – yo soy una persona pobre, pero gracias a Dios, nunca me he acostado con el estómago vacío, aunque nunca me hayan regalado un juguete. En España, con los Reyes Magos, reciben demasiado. Pero a mi hijo le quiero dar todo lo que tenga y todo lo que pueda.

Al final, doce horas me parecían demasiado cortas para llegar a conocer a Diógenes y Guillermo, pero en un inesperado cambio total de asientos debido a que estaba todos los expedicionarios de pie cuando sirvieron la cena, me toca moverme unas filas hacia atrás. A mi nuevo lado está una mujer,aparentemente viendo una película, pero buscando conversación con la mirada. Su nombre es Nelly Sánchez. A los pocos minutos me cuenta cómo llegó a España.

El primero en emigrar fue mi hijo mayor. Vino a reunirse con su mujer en Barcelona, pero cuando llegó se enteró de que tenía una aventura. Desesperado, cogió un autobús que no sabía a dónde iba, y decidió que bajaría en la última parada.

¿Y qué parada era?

Un pequeño pueblo de Córdoba. Se bajó del autobús y entró en el primer bar que encontró, allí entabló
conversación con la camarera. De eso hace ya once años, ahora está casado con la camarera y tienen una niña de cuatro años.
A los dos años del traslado invitó a su hermana menor a vivir con él. Otros dos años más tarde yo fui a pasar durante el verano, pero a la vuelta mis hijos me escondieron el pasaporte para que no volviera. Encontré un buen trabajo. Hoy vuelvo después de 7 años.

Me intereso por las razones de su vuelta, me cuenta que es su hijo pequeño:

Tiene 16 años y sufre del corazón. Yo quiero traérmelo acá, pero primero tengo que arreglar los papeles.- dijo apesadumbrada.

Le pregunto si echa de menos Ecuador. La repuesta es un sí rotundo, pero asegura que no volverá a menos que sea con todos sus hijos (tres de ellos viven en España). Me advierte que la comida es muy buena, y que los paisajes son preciosos.

El marisco y el cangrejo es lo que más echo de menos. Ah, y las piñas dulces, sobretodo las de mi ciudad, Ciudad de Milagro, es la mejor del mundo, y te lo digo yo que he probado muchas piñas.

Hablamos de España, de nuestras costumbres y de la adaptación. Nunca llegará a adaptarse a vivir con prisa siempre.

Lo que menos me gusta de España es el racismo- aunque ella nunca lo ha sufrido– siempre por culpa de Juan paga Pedro.- refiriéndose al desprecio que a veces sufren los inmigrantes por culpa de una minoría.

El tema de conversación se centra en Ecuador, en los problemas que tiene en el presente.

Lo más triste es que ya no hay juventud, toda está emigrando a EEUU, España o Italia. No sigo muy de cerca al nuevo presidente, pero apoyo algunas de sus medidas. Parece que el país está retomando, despues de la dolarización se fue al avismo. Me parece muy bien que la educación sea pública, al fin no habrá analfabetismo.

Tras un rato de conversación sobre sus hijos, me cuenta cómo ve su vida:

Ha cambiado mi vida desde que me vine… en salud, en todo. Que esté mi hijo allá me duele, pero muy pronto estará conmigo. Lo único que pido es ver felices a todos mis hijos.

Tanto Diógenes como Nelly me desvelan una cualidad fundamental de los ecuatorianos: el peso de la familia. Los dos pasajeros están dispuestos a luchar por sus hijos, enfrentándose a cualquier dificultad, e incluso, a miles de kilómetros.