Diario de Ruta 2015, Uzbekistán

De Bibi Khanym al Registán: Paso a paso por la ‘nueva’ ruta de la seda

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La calle principal de la Samarcanda monumental no tiene congestión ni carácter urbano

El legado de la Ruta de la Seda en la ciudad sigue dando al tramo de la calle Tashkent un recorrido pintoresco para los turistas, con un persistente carácter muy local.

Caravanas arrastradas por mulas y caballos, gritos y arena que empolvoraban las calles. Así lucía en el siglo XV la principal vía de Samarcanda, uno de los tramos más importantes de la Ruta de la Seda.

El recorrido empieza un tanto empinado. Sin mucha afluencia y con la característica amplitud de las calles uzbecas, la calle Tashkent es adoquines y jardines bien cuidados. El horizonte se hace pequeño ante la inmensidad de la mezquita de Bibi-Khanym. Esto es uno de los grandes recuerdos en mente que cualquier viajero hará que no deje de hablar en el lugar del mayor centro de intercambio comercial del mundo siglos atrás entre Persia, China, Mongolia, Siberia, India y Europa.

El turismo se añade al comercio

Hoy puede verse un indicio de lo que años atrás era un ir y venir de caravanas y animales de carga entre los grises adoquines. A mano derecha, los complejos arquitectónicos más bonitos de la ciudad y, a la izquierda, espacios públicos y tiendas de suvenires.

Ahror, el guía de la Expedición, lo confirma: "en otras ciudades se forman barrios de oficios, pero en esta ciudad se ha modernizado todo aquello que rodea la antigua vía".

Entre los viajeros de la antigüedad podía enseñarse la técnica del papel o descubrir el olor y el sabor de especies nuevas. Hoy, los típicos panes se venden de manera ambulante y el resto de piezas de frutas y especies se venden en concentración en el mercado local. De ahí que aún pueda verse por ahí carretas con sandías o verduras.

El tipo de intercambio que actualmente se cultiva en este tramo, corazón de la Ruta de la Seda, es el de objetivos de cámaras turistas y ojos almendrados de los habitantes uzbecos. Niños en bici, jóvenes escuchando música con el móvil o un noruego rojo por el sol son diferentes estampillas que recorren esta histórica vía terrestre.

Intercambio cultural: impactar y prosperar

Muhammad es un joven que atiende a dos tiendas a la vez. Una está en frente de la otra y él ayuda a su hermano en ambas porque puede hablar inglés con los turistas que quieren platería, gorros típicos o algún que otro recuerdo como las camisetas de "I love Samarcanda". Además, su familia tiene un restaurante que a media tarde deja su función de atracción turística para llenar la terraza de mujeres uzbecas. Con sus mejores ropajes, brillantes telas y llamativos pañuelos en la cabeza todas comen y ríen en reunión. Las hay que bailan e invitan al turista a unirse a ellas en una comunión de expectación foránea y la informalidad del ocio local. La vida uzbeca se oye y vive más, eclipsando al fondo la oficina de turismo de enfrente.

De igual manera lo vive Abdul Sammad, un vendedor de especias del bazar local que desde su puesto ve pasar a todos los turistas que van paseando por la calle Tashkent desde los tiempos de la URSS. "Después de trabajar subía arriba a mi habitación a estudiar inglés". Su fondo en negro provenía del contrabando de relojes digitales, un invento de los japoneses que andaba muy buscado por los europeos. Una vez más, el nido comercial de Samarcanda era el lugar central de intercambio de invenciones entre continentes.

Aún y ser beneficioso para su negocio, para Abdul Sammad la presencia de euros y dólares conlleva también sus partes negativas: "Las mujeres uzbecas se visten más como en Occidente que con el traje típico". Algunos de sus compañeros del mercado vienen de los pueblos, donde son más "cerrados" (Abdul lo representa literalmente cogiendo la cabeza de sus colegas) y allí las camisetas de tirantes y pelos rubios causan mayores impactos.

De eso se retroalimenta la globalización. Una fuente del desarrollo en las civilizaciones y vía unión. Ahora por motivos más turísticos que no comerciales, Samarcanda vuelve a entrevistar caras nuevas por los adoquines de antigua arena que se entremezclaba a lo largo de la Ruta de la Seda.