Diario de Ruta 2015, Uzbekistán

Cómo la desesperación puede convertir una charca en un oasis

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17:00 horas. Desierto de Karakalpakstan

El semblante de los tahinos es lo más parecido al deshielo de un iceberg. Están derruidos. Tras cinco horas en el desierto más árido del lugar, los jóvenes viajeros no encuentran forma alguna de hidratar sus cuerpos sedientos y abatidos. Algunos confiesan que serían capaces de entregar todos sus bienes a cambio de un mísero y fresco vaso de agua. Pero no, es imposible hallarlo.

17:23 horas. La desesperación llega a su límite

El desquicio se hace con los expedicionarios. Se encuentran hacinados en el único resquicio de sombra del campamento de yurtas. Algunos buscan refugio en las duchas para saciar ese calor que ya empieza  a resultar punzante. Pero no, el agua hierve y sus camisetas no aguantan mojadas ni tan siquiera un minuto.

17:30 horas. La iluminación

La regente del lugar, ante la infortunada situación con la que se topan los intrépidos aventureros (recordemos, el calor está frustrando su hazaña de ‘patear’ el desierto), recibe una inspiración divina. "Hay un canal a tres kilómetros del asentamiento donde os podréis refrescar", dice la señora. Ipso facto, la caravana ambulante que los transporta por la aclamada Ruta de la Seda abre sus puertas para recibirles y transportarles a aquel soñado oasis del desierto que conseguiría aplacar esa intensa desazón. Pero no, ese lugar resultará distar descomunalmente del paraíso que sus mentes delirantes dibujaban.

17:45 horas. La charca

Aguas marrones de arduo y fangoso acceso. Corrientes inesperadas. Compañeros de baño del reino animal, también inesperados. Pero todo esto no es suficiente para frenar su enardecido deseo (y necesidad) de aliviar eso que está al borde de derivar en una lipotimia. Ya no hay marcha atrás, tienen que hacerlo. No hay dolor. Los trotamundos se desprenden de sus ropajes andrajosos y se lanzan, sin más. En un pequeño lapso de tiempo en el que ellos creen aliviar sus males varios habitantes locales observan atónitos la situación.

Los tahinos están felices, ríen, cantan, saltan e incluso se creen capaces de poseer poderes sobrenaturales para construir torres humanas.

Se regocijan cual pececillo en el agua, en ese espejismo de estar en el idealizado oasis del desierto de Karapalkastan, pero no.