Diario de Ruta 2015, Uzbekistán

Dónde está mi Chevrolet

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Cuentan que lo primero que hicieron los alemanes del este justo después de tirar el Muro de Berlín fue preguntar en la Alemania capitalista por el lugar donde les esperaba su propio Volkswagen Golf, aspiración de todo currito. En aquellos años noventa, muchos lo consiguieron, y eso debió de inspirar al incombustible presidente Islam Karimov.

En un país periférico y rural recién salido del bloque soviético y con una inflación galopante -palabra de gurú económico- Karimov ofreció a la Daewoo el Valle del Ferghana para que instalara allí una planta de fabricación de automóviles, desde la que salen coches para todo el continente asiático.

 

La fábrica de coches uzbeca cumple la función de ocupar a las hordas de obreros que en los ’90 perdieron su puesto de trabajo con la desaparición de las empresas estatales, y llena de automóviles las carreteras locales, monopolizadas por las marcas Daewoo (nombre comercial desaparecido en 2005) y Chevrolet (la casa que abosrbió a Daewoo). Aquí en Uzbekistán Daewoo es sinónimo de coche del Valle del Ferghana de diez años o más. Chevrolet vendría a ser lo mismo pero más nuevo.

 

Estas tierras bien podrían ser el mejor escaparate para los de la matriz norteamericana en el resto del mundo. El Chevrolet Lacetti, modelo premium de la casa Chevrolet o el Golf de los Uzbekos, se vendería fácilmente en Europa si se le anuncia acompañado de la milenaria ciudadela de Jiva, o de la plaza de la Madraza de Bujara. Por dar más ideas, Chevrolet podría apellidar a sus coches con nombres de ciudades uzbekas. Excluyendo al Chevrolet Bujara para evitar interpretaciones malintencionadas, auguro éxito a un Chevrolet Tashkent turbodiésel. Y en la línea de vehículos comerciales la Renault Kangoo no tendría nada que hacer frente a un Chevrolet Samarcanda, la ciudad de los mercaderes.

 

En Uzbekistán, las clases sociales no se detectan en los colegios a los que van sus hijos, sino en la autovía más cercana. Ésta consiste en tres carriles que definen a quien circula por ellos, a saber. En el izquierdo, el de los rápidos, circulan con altivez los Chevrolet, de negro si se trata de coches oficiales y de azul para aquellos que quieran presumir de estatus. El carril del centro, de las clases medias, está reservado para los Daewoo y algún que otro Chevrolet venido a menos, y en él abunda el color blanco, puesto que un chasis de color dispara el precio del vehículo. A otro ritmo, el carril derecho es el más variopinto, ya que uno puede encontrarse con coches de la época soviética, ciclistas en tejano e incluso peatones subidos al coche de San Fernando.

 

Hay que hacer un gran esfuerzo para ver automóviles de otras marcas, también de la todopoderosa Volkswagen. Conducir aquí un coche alemán es una extravagancia comparable a pasearse por Les Corts con el 24 del madridista Asier Illarramendi a la espalda. Popularizar el coche de fabricación nacional es la gran aportación del régimen de Karimov a la cultura uzbeka. Ver Chevrolets por todas partes es la manera más fácil de identificar a este país centroasiático, en el que no se concibe una carretera sin automóviles de esta marca de la misma manera que a mi me es imposible imaginar una obra Púnica -pública- en mi tierra sin sobrecostes o mordidas.

 

La estima que se le coge al lugar llega hasta el punto de que mi próximo sueño es conducir un coche fabricado en la planta de producción del Valle del Ferghana, como un uzbeko más. Algún día estrenaré un Daewoo.