Diario de Ruta 2013-2014, Tailandia

Toda una vida dedicada a Buda

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Swat practica el budismo desde que era pequeño, pero dedica su vida a la meditación y a la vida en el templo desde hace 8 años. Recibe a la expedición Tahina-Can en el templo Wat Sri Suphan.

Swat nació en el sur de Vietnam. Tiene 26 años y desde los 18 es monje budista. Practica el budismo desde que era pequeño, pero dedica su vida a la meditación y a la vida en el templo desde hace 8 años. Recibe a la expedición Tahina-Can en el templo Wat Sri Suphan. Le acompaña el novicio Thu, también originario del Vietnam. Visten de forma distinta para distinguir el rango religioso de cada uno de ellos. Swat lleva una túnica marrón. La de Thu es de color naranja. Ambos van descalzos y tienen la cabeza rapada. Se mueven de forma ágil y pausada. No alzan la voz. El escucharlos se convierte en tarea difícil y todos los expedicionarios, colocados en forma circular, se incorporan para aguzar el oído.   

En un ambiente caluroso e inundado por el ruido de los ventiladores, Swat explica a los participantes de Tahina-Can 2014 lo complicado que es alcanzar la paz interior. Para adquirirla entrenan diariamente y aplican el método de la meditación. Consiguen así cortar todo tipo de deseo. “Practicamos cada día la meditación. Nos levantamos a las cinco de la mañana. A las ocho y media desayunamos y a las nueve vamos a la escuela. Estudiamos budismo y varias asignaturas como matemáticas, derecho, religión, economía y filosofía. Solemos dedicar una hora al día a la meditación. Es bueno para la salud”. Habla en primera persona del plural. Incluye a su compañero Thu, atento, aniñado y poco hablador.

Swat vive muy lejos de su ciudad natal y ve a su familia muy de vez en cuando. “Como monje hemos dejado a la familia. Estamos en el templo siempre pero a veces les vamos a visitar. Mi familia está muy orgullosa de que sea un monje y desde pequeño querían que lo fuera. Me gustaba el budismo cuando era un niño y sabía que me iba a convertir en monje cuando hubiera practicado los años suficientes”. Swat comparte con los tahínos su sentimiento actual con respecto al budismo. Así lo dice: “Mi mente es diferente. Hay más paz”. Aunque sólo los expedicionarios hombres están sentados al lado de los monjes ya que las mujeres no pueden tocarles, Swat sí las mira a los ojos para contestar a sus preguntas. Lo hace ceceando y con un inglés muy trabajado.

Al ser monje desde hace diez años, el escalón social de Swat está a un nivel superior al del resto de las personas. “El monje se sitúa a un nivel diferente. Tiene más  nivel que la gente y se le debe respetar”. Una de las maneras para mostrar respeto que todos los expedicionarios ponen en práctica es la de sentarse por debajo de ellos. La cabeza debe inclinarse, de tal forma que el cuerpo del monje no se vea superado por el de otra persona. Las chicas no deben cruzar las piernas y los pies no deben apuntar en dirección hacia ellos.

“Con el budismo podemos dedicarnos a las buenas acciones”, explica Swat a los expedicionarios, muy pendientes de no perder el hilo de la conversación dado a su peculiar acento inglés. “Formamos parte de los cuatro elementos: el planeta, el agua, el viento y el fuego y nuestro camino se dirige hacia la naturaleza. El cuerpo es solo es cuerpo. La casa es solo una casa. El coche es solo un coche. Todo pertenece a la naturaleza. Nada depende del ego de uno mismo. De esa manera, tenemos que hacer el bien y progresar. Cualquier persona que vaya en el mal camino sufrirá. El que siga el buen camino será feliz”.

Con bebidas, cámaras, libretas, bolígrafos y grabadoras en las manos, los expedicionarios se muestran atentos a las explicaciones de los monjes. Swat se muestra cercano y amable. Agradece el interés del grupo por conocer su religión y su estilo de vida. Sonríe muy a menudo y deja entrever unos dientes grandes y blancos que escondía detrás de unos labios gruesos.

 “Cualquier persona puede practicar el budismo”. Un monje emprende ese camino por decisión propia, cuando tiene una aparición. Generalmente, los monjes empiezan a practicar el budismo a los 7 años. “Puedes ser un monje un día, una semana o toda tu vida. Para serlo, tienes que practicar el budismo durante veinte años”. La libertad que tienen para decidir su futuro budista también la poseen para acabar con su práctica pues no vinculan esa decisión personal a una obligación. Tienen la libertad para escoger.  

En lo referente a los deportes, el único que el monje practica es la meditación, si puede considerarse como tal. A través de ella alcanzan un estado de pureza interior. Relativo al nirvana, el monje budista deja a los tahínos un tanto desconcertados. “Nadie puede decir exactamente qué se siente con el nirvana porque nadie lo conoce. Lo sabemos por uno mismo y por la manera de practicar de cada uno pero no es fácil de alcanzar. Sí que practicamos el camino para llegar a él. Cuando lo alcancemos, lo sabremos”.

El monje otorga un detalle más sobre el budismo que vincula a la religión con el cristianismo. Y es que ambas religiones, ante la pérdida de un ser querido, viven en la esperanza de encontrárselo en la otra vida. Sin embargo, existe una característica básica que diferencia al budismo de la religión cristiana. “La manera de practicar el cristianismo es diferente a la del budismo. Los cristianos no dejan de sufrir porque se equivocan”. Aunque existan componentes en las religiones que se oponen a la verdad de cada una de ellas, el punto de encuentro de ambas es el mismo: la puesta en práctica de un camino que comparte valores para fomentar buenas acciones como el no robar, no matar y respetar a los padres.

El ambiente está cargado pero los expedicionarios se muestran interesados por conocer la opinión de los monjes sobre el ateísmo. Según Swat y haciendo referencia a Buda, la gente atea, aquella que no cree en ningún tipo de religión, no es feliz. “Ese tipo de gente no tiene suerte porque no conocen el camino para acabar con sus deseos”.

Igual que los integrantes de la novena edición de la Expedición Tahina-Can, la mayoría de los monjes son estudiantes. Así, los religiosos tienen acceso a las nuevas tecnologías. Hacen uso de Internet para buscar información, llevan consigo un teléfono para poder comunicarse en caso de que sea necesario y también ven la televisión. “Necesitamos seguir el desarrollo de la sociedad. Ahora hay muchos avances electrónicos y debemos adaptarnos a ellos”, explica Swat. Esa adaptación a los nuevos tiempos también la aplican en el campo de la medicina. “Aún siendo monjes, somos humanos. Ponerse enfermo forma parte de la naturaleza de la vida, por lo que vamos al médico y tomamos medicamentos. En el templo tenemos televisión y a veces ponemos música y escuchamos, sobre todo, pop tailandés”. El hip hop, comenta, no lo escuchan nunca.

Los estudios forman una parte muy importante de la vida de los monjes budistas, pues su vida gira en torno a ellos y a la meditación. Como monje y estudiante ya licenciado en Humanidades, Swat tiene permitido viajar aunque reconoce no haber estado en más lugares que Tailandia y Camboya. “Podemos ir a cualquier país pero para los asiáticos, en general, es difícil visitar Europa”. Se refiere a las trabas burocráticas y a las leyes tan distintas que caracterizan al continente y que no les permiten moverse por el territorio con facilidad.

El monje budista también otorga su opinión acerca del principal motor económico del país: el turismo. Swat distingue únicamente la parte positiva de la actividad. En Tailandia, un país en el que alrededor del 95% de la población es budista, los turistas encuentran en la religión un método atrayente que les permite alejarse de su cotidianeidad y poner en práctica unos valores que les acerca a un mundo de paz y tranquilidad. Respetan la religión. “Algunos turistas siguen el budismo cuando nos visitan y cambian sus creencias. Es bueno para cualquiera. Se puede cambiar la manera de creer. Cualquier camino es bueno para uno mismo”.

El encuentro termina. El templo Wat Sri Suphan se inunda de bendiciones en forma de cantos. Los monjes budistas bendicen las ofrendas del equipo Tahina-Can. En ellas, los expedicionarios reunieron sus deseos en trozos de papel enrollados que, esperando a ser cumplidos, navegarán por algún punto del río Chao Phraya en Chiang Mai.