Diario de Ruta 2008, Perú

Una mirada al pasado

mp_tahina1.jpg

Martes 16 de Septiembre de 2008. Amanecía un nuevo día en Taquile. Para los lugareños sería un día cualquiera, para nosotros no. Esa noche íbamos a visitarlos y, lo más importante, a convivir con ellos. Cuando montamos en el barco que nos llevaba a la isla no sabíamos que volveríamos con otra forma del ver el mundo que nos acompañará siempre.

La visita en un principio tenía tintes pintorescos, pero tras contemplar la puesta de sol nos dirigimos cada uno a nuestro hogar por aquella noche, y fue entonces cuando pudimos percatarnos de lo que significaba realmente vivir allí. Habíamos retrocedido 60 años, y no a una ciudad más o menos adelantada para su época, sino a un municipio rural de los que hemos escuchado hablar tantas veces a nuestros abuelos. Una cena a la luz de las velas, pero porque no hay un interruptor que nos traiga la luz milagrosamente. Una noche escuchando historias y vivencias dado que no hay televisor que capte toda nuestra atención. Una visita a un “lavabo silvestre” porque no disponemos de agua corriente. Un cielo de brillantes estrellas porque no hay ninguna población cerca que nos impida verlas con claridad. Estamos acostados a las once, aunque por el tiempo que llevamos a oscuras parezca que son las cinco de la mañana. Quizá muchos nos echaríamos a temblar si nos dicen que tenemos que pasar en Taquile unos meses o incluso un año entero, pero ¿a caso en Occidente llevamos una vida mejor?

 

En líneas generales nuestra rutina pasa por levantarnos muy temprano y dirigirnos al trabajo casi sin hablar con nuestra familia. Una vez en la oficina nos limitamos a cumplir con la tarea del día, siempre con agobios por no saber si se va a terminar a tiempo. Luego la vuelta a casa, que en la mayoría de los casos acarrea un atasco de por medio. Comemos rápidamente en la cocina, donde lo único que se escucha es a los “periodistas” comentando si Julián Muñoz ha salido ya de la cárcel. Por la tarde o volvemos al trabajo, o nos encerramos en una habitación frente a un ordenador para terminarlo desde casa. Una ducha rápida a las nueve, a cenar y a dormir. Eso cuando no se es también ama de casa y a todas estas tareas hay que sumarles las de limpiar, cocinar, planchar, lavar, llevar y recoger a los niños, ayudarlos con los deberes,… Y para colmo en nuestra ciudad hay tanta contaminación que no nos queda ni el consuelo de subir a la azotea a ver las estrellas cuando termina nuestra agotadora jornada. Creo sinceramente que nos han engañado.

 

Se nos dice que vivimos mejor, y por supuesto no discuto que disfrutemos de más servicios sanitarios o escolares. Quizás tengamos mayores oportunidades de viajar y conocer lugares, y los taquileños tengan circunscrita de por vida su rutina a los límites de la isla. Pero mi reflexión me lleva a despreciar la prepotencia de Occidente. ¿Realmente somos felices? ¿Respirando humo y corriendo siempre de un lado para otro? ¿Estresados por un móvil que no para de sonar? ¿Asustados por una crisis que no nos va a permitir comprarnos el último modelo de coche que tiene ya el vecino? Yo no sé contestar esta pregunta, pero la dejo en el aire para que cada cual reflexione qué escogería si le diesen a elegir.

 

Y por favor, evitemos visitar estos reductos de tranquilidad con una mirada de lástima. Abramos nuestra mente y seamos capaces de respetar otros modos de vida. Que ningún niño de los que allí habitan tenga que preguntar a sus padres por qué los “gringos” les dan dinero o caramelos cada vez que van, les estamos haciendo mucho daño con esa actitud puesto que en Taquile los valores todavía se rigen por otra escala muy distinta.