Diario de Ruta 2017, Colombia

El cronotropo del río

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Tras coronar la Ciudad Perdida, bajamos un tramo de 1200 escaleras de piedra que, tal y como predijo el 'mamo', se convirtieron en un verdadero río por causa del aguacero. Los cantos resbalaban y nuestros pies palpitaban de dolor por la presión de las botas y los calcetines empapados.

Si me suelto, me voy.

Es lo único que piensas cuando estás cruzando un río bravo durante la noche.
Es lo que pensamos todos los expedicionarios cuando, tras cinco horas a la intemperie, cruzamos uno a uno, sujetos mediante arneses, un río caudaloso en mitad de la selva colombiana.

Pocas horas antes la fuerza brotaba de nuestros cuerpos durante el ascenso a la Ciudad Perdida.  Una vez arriba, tuvimos el privilegio de reunirnos con el ‘mamo’, líder espiritual de la tribu indígena kogui, y con emoción escuchamos sus sabias palabras. Él nos aconsejó abandonar la zona alta de la montaña cuanto antes: había empezado a llover y era probable que el temporal impidiera nuestro regreso. Pero ya era tarde: el aguacero tropical es siempre inevitable.

Tras coronar la Ciudad Perdida, bajamos un tramo de 1200 escaleras de piedra que, tal y como predijo el ‘mamo’, se convirtieron en un verdadero río por causa del aguacero. Los cantos resbalaban y nuestros pies palpitaban de dolor por la presión de las botas y los calcetines empapados.

Al llegar a la zona más próxima al río supimos con certeza de que sería imposible cruzar, el agua bajaba con demasiada fuerza. En ese momento tan extremo la inquietud roza tu mente y comienzas a preguntarte cuánto tiempo deberás esperar para volver al campamento. Al fin y al cabo, dicen que los cronotropos son prejuicios que todos tenemos hacia ciertos enunciados históricos. El nuestro, más de treinta estudiantes atrapados en una pendiente cercana a un río con un caudal feroz, no sonaba demasiado bien.

A pesar de ello, al cabo de un tiempo que se hizo demasiado largo y frío, conseguimos atravesar las aguas, aunque fue una ardua tarea. Pero solo puedes esperar. Tras cruzar el río, debíamos recorrer la corta distancia que nos separaba del campamento a oscuras, pero la presión de llegar lo antes posible hizo que atravesáramos el camino con mucha rapidez. Y es que el cuerpo, cuando ansía llegar a un lugar seguro, de forma casi inconsciente, hace que olvides del cansancio y simplemente te impulses hacia la dirección que hay que seguir.