Diario de Ruta 2013-2014, Tailandia

El precio de una sonrisa

precio.jpg
Es una niña. No tiene más de tres años. No habla, aunque quizás sólo es porque la gente le asusta. Camina, sí, pero parece que no lleva mucho tiempo haciéndolo

Está sentada en las escaleras que llevan al templo, mirándolo todo con una mezcla de miedo, vergüenza y resignación. Se muerde las uñas, nerviosa, y cuando algún turista se le acerca intenta hacer lo que su madre le repite cada mañana: “Sonríe, pórtate bien y pide dinero después”.

 

Una mujer se le acerca. Es rubia, alta, blanca. Le sonríe y la coge en brazos. A ella esa mujer no le gusta. No quiere que la coja, no quiere que le dé un beso, no quiere que le trate como una muñeca. Aunque, de hecho, sí que parece una muñeca. Cada mañana su madre la viste como si lo fuera. Le pone el vestido típico del norte de Tailandia y no importa que a ella ese vestido le dé calor ni que la tela le produzca picor. Después la maquilla. Le pinta los ojos, los labios y le dibuja dos grandes círculos en la mejilla para que parezca constantemente sonrojada.

 

La turista rubia aún la tiene en brazos. Le dice algo a su marido, que las mira y prepara la cámara de fotos. La mujer se ríe a carcajadas y le dice lo que se supone que son palabras de cariño, pero la niña no lo entiende. Sólo entiende que tiene miedo, que no quiere estar allí. Y entonces se pone a llorar. En silencio, sin berrinches, sin gritar, pero llora. Las lágrimas caen de sus ojos sin que pueda evitarlo y estropean el maquillaje que su madre con tanto esfuerzo le ha puesto. La mujer rubia sigue diciéndole cosas, la abraza, le vuelve a dar un beso. Mientras, su marido les va haciendo fotos.

 

Después de unos minutos, que a ella le parecen interminables, la mujer rubia la deja en el suelo otra vez. Entonces coge su saco de monedas, el que su madre le cuelga en la cintura cada mañana, y lo agita delante de la pareja. Intenta sonreír, aunque le cuesta. Aún tiene lágrimas en los ojos. Entonces la mujer dice algo, saca unas monedas y las mete en el saco. Diez bahts, una miseria. La moneda golpea al resto dentro del saco. Cuando la pareja se va, ella se acerca a su madre, que está sentada al otro lado de la plaza. Seguramente por la noche la castigará por haber llorado, pero ahora le arreglará el maquillaje para que siga trabajando.