Diario de Ruta 2008, Perú

“Los toros luchan por amor”

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Hace falta olvidar el reloj para entender y disfrutar de los lugares, y no de los lugares del mundo, sino los lugares que luego quedan en la memoria. A 2 350 metros de altitud el reloj no es que se olvide, es que se para. En Arequipa no se puede entrar midiendo tiempo.

La segunda ciudad más importante de Perú, con 1.200.000 habitantes es víctima como la mayoría de las ciudades de este país de la invasión de taxis libres consecuencia del alto paro. La gente llega atraída por la minería y la agricultura, y termina viviendo en los asentamientos de extrarradio en pésimas condiciones y teniendo que operar, como lo llaman ellos, con un taxi alquilado.

Pese a estas contrariedades que viven y sufren estas gentes, los arequipeños son gente muy orgullosa de su tierra, tanto o más que el resto de peruanos. Una de las características que más llama la atención en estas tierras acorraladas por los Andes y el Océano Pacífico es el orgullo que despierta en sus ciudadanos una tierra que para muchos sería inhóspita.

Uno de los orgullos arequipeños es la pelea taurina: la pelea de toros, entre dos toros. Tommy, un señor con sombrero de maca y grandes alas, hijo de una estirpe de ganaderos de toros de peleas, me enseña a entender el orgullo de tantas gentes a través de un espectáculo de gladiadores de hasta 1450 kg.

Empieza a explicarme que las peleas de toros son auténticamente exclusivas de Arequipa, que incluso una vez se intentaron llevar los toros a otro campo de pelea, en otra ciudad, y que no pelearon. Los toros son un reflejo de sus dueños, y por lo tanto un orgullo o una vergüenza para ellos. Decir que no pelean en otra ciudad que no sea Arequipa les llena de orgullo. Son ambos igual de arequipeños.

A continuación habla de los ganadores y los perdedores. El toro ganador es el que hace que su contrincante abandone el campo. Como decía antes, el toro podía ser un orgullo o una vergüenza para su dueño. Una derrota vergonzosa significa la inmediata ejecución del toro. “Es lo menos que puede hacer la familia”. Le hablo de la tauromaquia en España, de los combates entre toro y torero, y comparte conmigo que no es una lucha digna y que no tiene comparación con estas.

“Estos toros luchan por amor”, me dice. Si no luchan se les saca la novia de una de ellos, y entonces empiezan a luchar para conservar o ganar su amor. A la vaquilla se le llama la “Manzana de la discordia”. Pasan los minutos al lado de este arequipeño, pero no sé si los olvidaba o no los recordaba. Sólo me acuerdo de lo poético de una lucha que parecía brutal. La manzana de Eva, entre una lucha de cornamentas; la lucha por el amor entre luchas para preservar el honor de las familias.

Definitivamente los arequipeños son auténticos, y uno no debe de extrañarse cuando después de mucho charlar  y mucho contar Tommy me presenta a su amigo Walter y me dice: “Walter es peruano…”. En un principio no entendí porqué me dijo esto, pero ahora que recupero mi reloj y estoy a punto de salir de esta ciudad lo entiendo: Tommy es arequipeño