Noticias 2015, Uzbekistán

Los primeros pasos soviéticos

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Después de casi 14 horas de que los expedicionarios abandonaran Barcelona, al fin los tahinos han desembarcado en Tashkent, capital de Uzbekistán. Un viaje duro que ha precedido a un día aún más duro, donde la inquietud por empezar a palpar el pulso de la capital uzbeka se ha entrelazado al evidente agotamiento físico

El simple hecho de aterrizar en el aeropuerto de Tashkent ya nos reafirma el pasado soviético del país. La terminal internacional es una construcción decadente donde unos interminables trámites burocráticos obligan a todo viajero a perder sus primeros minutos rellenado papeles que piden infinidad de detalles, mientras los controles de seguridad no dejan de sucederse.

Al fin superados y después de que nuestra entrada fuese registrada por infinidad de cámaras de seguridad, nos hemos dirigido al que ha sido nuestro hotel en la capital, el Hotel Shadlik Palace. Pero el tiempo premia y el descanso, aunque merecido, tiene que posponerse. Con apenas margen para ducharnos y desayunar, nos hemos dirigido hacia la imponente Universidad Internacional de Wetminster en Tashkent.

Ahí, los tahinos hemos sido recibidos por el Rector de la Universidad Internacional de Westminster en Tashkent y por el profesor Carlos Martinez, un leonés de nacimiento, abogado de formación y uzbeko por amor. Sus 12 años como profesor en la Universidad le han dado una perspectiva madura y diferente de lo que es la realidad uzbeka. Carlos nos ha transmitido una sincera visión del país sin rehuir a ninguna de las preguntas formuladas por los tahinos.

Al terminar, hemos podido hacer un más que necesario café compartido con una decena de estudiantes universitarios uzbekos ansiosos por intercambiar opiniones, experiencias y vivencias.

De ahí, todo el grupo ha experimentado el que ha sido nuestro primer almuerzo uzbeko, que al terminar ha dado paso al tan ansiado y merecido descanso que nos ha permitido recargar unas pilas que a esas horas estaban ya bajo mínimos.

Hacia las siete, aquellos que han querido, se han sumergido en el subsuelo uzbeko. Ahí, un transporte público decadente se abre paso por unas estaciones de belleza exquisita. Una belleza solo al alcance de aquellos que se adentran en sus túneles, pues las estrictas normas uzbekas nos prohíben terminantemente realizar ningún tipo de fotografía del lugar.

Finalmente, una más que merecida y tranquila cena ha puesto el broche a un día agotador pero que deja a todos los componentes del grupo con ansias de lanzarnos de lleno a un país que se intuye apasionante