Noticias 2008, Perú

“Viajar significa conocer, experimentar. Soy de espíritu nómada, no puedo estarme quieto en el mismo sitio.”

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A lomos de su bicicleta, Sergio Fernández ha recorrido parte 30.000 km del mundo para contar luego sus vivencias. Australia, Atacama, Mojave, Namib, Kalahari, Gobi y Sahara. Su último reto: cruzar los 7 desiertos más grandes del mundo en bicicleta y en solitario. Sergio fue nuestro invitado en la tercera jornada de Tardes de Aventura Periodística y nos contó cómo decide embarcarse en estos retos, qué le gusta del periodismo y algunas anécdotas de su vida en el desierto.

Periodista de profesión y curioso de vocación (así se define a sí mismo), Sergio Fernández lleva desde 1995 escribiendo reportajes sobre viajes. “Me encanta viajar. Es la única manera en que me siento libre y feliz”, nos confiesa.  

Con tono distendido y cercano, Sergio condujo a los asistentes a la conferencia a recorrer algunos de los desiertos que él ha pisado. Sus palabras, sus anécdotas y sus fotos trasladaron a las casi 200 personas que estaban presentes en la sala a las arenas más blancas, las dunas más altas, las temperaturas más extremas del planeta… y el silencio del desierto.  Viajar significa conocer, experimentar. Soy de espíritu nómada, no puedo estarme quieto en el mismo sitio”, así inició Sergio su charla.

Conozcamos un poco más a este periodista viajero: 

Tardes de aventura: Hemos encontrado en tu página web la siguiente frase: “un día soñé con viajar por todo el mundo cruzando en bicicleta y en solitario los desiertos más grandes del planeta, me levanté del sillón y lo hice…”, dicho así parece muy sencillo… ¿Fue realmente así, dicho y hecho? 

Sergio Fernández: Dar el primer paso es lo más difícil. Cuando uno vive establecido en un lugar, entre cuatro paredes, con un trabajo, una falsa sensación de seguridad y unos deberes que se ha autoimpuesto, olvida lo que significa la verdadera libertad. Los preparativos a un viaje de varios años implican romper algunas ataduras y eso puede ser más difícil que cruzar cualquier desierto. 

T.A: Tantos kilómetros, sitios tan áridos y abruptos, muchos meses de duración… ¿Porqué viajar en solitario? ¿No has sentido en ningún momento la necesidad de tener a algún acompañante para compartir aquello visto, la situación vivida o el peligro que acecha? 

S.F: Ir solo ayuda a acercarse a la gente que encuentras en el camino. También te ayuda a tener conciencia de tu propio ser en relación con el medio. No es una dificultad añadida. Es una oportunidad. Es como la decisión de ir en bicicleta: al tener una autonomía especialmente reducida, pues sólo podía acarrear 20 litros de agua, lo que implica tres días como máximo sin pasar por un pozo, debía trazar rutas y parar en aldeas remotas en las que los que viajan en todoterreno por la misma región no tienen necesidad de repostar. En esos lugares he conocido a las personas que más me han enseñado sobre la vida en el desierto. 

T.A: Australia, Atacama, Mojave, Namib, Kalahari, Gobi y Sahara. ¿Qué te llevas de cada uno? ¿Cual ha sido el más duro?  Explícanos una imagen que te haya impactado en estos 5 años, y que llevas en tu memoria.  

S.F: Cada desierto ha tenido sus momentos, sus premios y sus dificultades. Desde el primero al último he evolucionado como persona y como viajero. He aprendido a adaptarme, a no luchar contra los elementos, sino a aliarme a ellos. Me han ocurrido cosas maravillosas, he aprendido a relativizar y me he librado de algunos prejuicios. He aprendido que todos los días podemos viajar. Se trata de aprender a mirar, observar, para descubrir lo esencial entre el mar de piedras y arena. En el desierto aparentemente no hay nada, pero en estos viajes el desierto me ha deparado sorpresas increíbles. Sobre la imagen que me pides, pues hay muchas. Una de las visiones más espectaculares que recuerdo y que no pude fotografiar fue cómo una elefanta del desierto del Namib eutanasiaba a una cría de pocos días de vida que había nacido débil y no podía seguir el ritmo de la manada. Eliminaron al individuo que ponía en peligro al grupo. Pasé tres semanas cerca de esta manada, que caminaba todos los días 50 km para encontrar agua y alimento en el desierto. 

T.A: Con sinceridad, ¿uno se aclimata realmente a las duras condiciones del desierto, o es un engaño que le haces a tu mente para no pensar en lo que estás sufriendo? 

S.F: La adaptación a las condiciones de calor es física. Requiere tiempo y esfuerzo. No es fácil. En cada viaje he tenido que sufrir el proceso. Unas veces cuesta más y otras menos. Lo importante es conocerse a uno mismo y escuchar lo que te dice el cuerpo. En el Gobi, por ejemplo, algunos días me crucé con turistas que viajaban en todoterreno con el aire acondicionado a todo tren. Al bajar del coche, se mareaban y me preguntaban si no tenía calor. Les recomendé que prescindieran del aire acondicionado, que abriesen las ventanas y disfrutasen de la brisa en la cara. Evidentemente, nadie me hizo caso. Pese a la experiencia acumulada, el cuerpo siempre da sorpresas. En 30.000 km sólo he tenido un desfallecimiento por golpe de calor, pero fue en el último viaje. Por suerte, llegué a una jaima en mitad del Sahara, donde me cuidaron unos mauritanos hasta que pude continuar. 

T.A: Después de tanto tiempo recorriendo los desiertos en bicicleta, ¿sientes alivio por haber acabado o nostalgia? 

S.F: Alivio ninguno. He hecho lo que quería hacer. Nunca me sentí obligado. Hice lo que quería al ritmo que quería. Paraba cuando quería. Descansaba cuando quería… Nostalgia tampoco. Aunque hace un año y medio que regresé del último viaje por el Sáhara, yo sigo haciendo lo mismo. Viajo por la vida. 

T.A: Siete desiertos en 5 años, en solitario y recorriendo todo el mundo. ¿Qué reto viene ahora? 

S.F: Seguir viajando y trabajando en nuevos proyectos. Están relacionados con las montañas, la gente que habita en sus valles, sus tradiciones, religiones… Cuando empecé a viajar en bicicleta tenía 16 años y por aquel entonces era más ciclista que viajero. Ahora la bici es lo de menos, es sólo el vehículo que me lleva a los sitios. No importa en qué medio de transporte viajes, sino con qué mentalidad viajes. 

T.A: Cambiando de tercio, hablemos un poco de periodismo. Tu has escogido una forma digamos atípica de hacer periodismo. ¿La recomendarías? 

S.F: De entrada debería decir que yo no he escogido esta profesión. Ella me escogió a mí. Lo que yo sí he hecho ha sido moldear mi puesto de trabajo. Lo he hecho a mi medida. Eso sí que se lo recomiendo a todo el mundo. 

T.A: ¿Crees que ser freelance es una buena opción para la actual situación del periodismo? 

S.F: El freelancismo tiene ventajas e inconvenientes que todos conocemos, pero no más que el resto de empleos. Hoy por hoy, sólo los que llevan un montón de años en la redacción de un diario o una radio o tienen una plaza de funcionario en un medio público pueden gozar de la “tranquilidad” de tener un trabajo de por vida. Personalmente, actualmente yo me sentiría como enterrado vivo si me ofrecieran un trabajo de este tipo. Por otro lado, desde un punto de vista objetivo, el trabajo que realizamos los periodistas y fotógrafos de prensa se valora cada día menos, sobre todo a nivel económico. Los honorarios actuales en muchas publicaciones son los mismos que hace cinco años. O incluso más bajos. Y los bocadillos de los bares están cada día más caros. 

T.A: Siendo periodista, ¿qué pregunta le harías a Sergio Fernández si lo tuvieras que entrevistar? 

S.F: “¿Qué le empujaría a dejar el periodismo?” Y no sabría qué responder. Siempre tendré la necesidad de comunicar, de escribir. La tengo desde niño. 

T.A: Para finalizar, nuestro ciclo se titula “Tardes de aventura periodística”. Cuéntanos por favor una tarde tuya de aventura periodística. 

S.F: Hay una pequeña isla en las Eolias, al norte de Sicilia, donde un hombre de casi setenta años alquila habitaciones de su casa a los turistas. Resulta que es el antiguo párroco, al que el Vaticano le expulsó de la iglesia por tener algunas aventuras amorosas e incluso haberse casado. Pese a ello, hay gente del pueblo que aún le pide que oficie la misa del domingo, así que él sigue dando la eucaristía a quien lo desee. Pasar la tarde escuchando sus vivencias es lo último que me ha hecho sentir reportero. 

Sergio se despide hablando de su libro: 7 desiertos con un par de ruedas. Nosotros recogemos una frase suya: “Comencé a viajar para sentirme libre, pero hoy sé que la libertad no se consigue huyendo a espacios abiertos. Es una actitud ante la vida”.