Diario de Ruta 2009, Ecuador

¿Quién ha apagado la luz?

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Tras dos días conociendo la gastronomía ecuatoriana, la experiencia de esta noche nos desvelaba el misterio de su sabor. A ciegas, nos dejábamos guiar por el resto de nuestros sentidos para descubrir la cocina del país que nos acoge.

Las ruedas de los autobuses levantaban una enorme nube de polvo mientras nuestros conductores se esforzaban por subir una escarpada cuesta. Nadie diría que en aquel barrio tan humilde se escondía un restaurante único. La casa de Rafa, construida en la cima de una colina, acogía a sesenta tahinos dispuestos a vivir otra de las experiencias inolvidables que marcarían su aventura.

La casa de madera desprendía un ambiente cálido y tranquilo. Las paredes, cubiertas de libros y juegos de mesa, invitaban a sus comensales a entretenerse mientras disfrutaban de la cena. Los enormes ventanales nos mostraban un Quito iluminado, una imagen de la que no podiamos apartar la mirada hasta que Rafa nos dió la bienvenida a su restaurante.

Desde hacía tres años dirigía aquel local, donde se esforzaba por servir comida orgánica ecuatoriana y promover en todos sus invitados la calma con la que debían consumirse los alimentos para que diesen mayores beneficios. Durante esos,  Rafa, el propietario del local, por su afición a las cuevas, había ingeniado un sistema de túneles que conducen a una sala comedor de forma ovoide esculpida sobre tierra volcánica.

Bajo nuestros pies se escondía el primer restaurante latino donde los platos se degustan en plena oscuridad. Dado que nuestro grupo era numeroso, se realizaron turnos para vivir esa experiencia. Algunos compañeros tenían los nervios a flor de piel y mostraban las primeras dudas: ¿Pero qué clase de comida? ¿Y si nos caemos? ¿Hay cubiertos?

Unos pasillos fríos nos llevaban a catorce metros bajo tierra. Sin embargo, los miedos se disipavan al llegar a aquel cálido salón. Acompañados por dos camareros invidentes, los tahinos eran acomodados en mesas de cuatro personas. Rafa nos sorprendía con unas deliciosas tortitas de quinua y un abundante plato de camarones rebozados con papas fritas. En la sala, reinava el buen humor, las bromas, alguna risa nerviosa, y sobre todo, la más profunda oscuridad.

Para los más golosos, el plato estrella llegava con el postre: el helado de Paila. Los contrastes de los sabores de las tres
bolas de sorbete de mora, guanabana y taxo eran una muestra perfecta de la riqueza de los sabores de las frutas de Ecuador. Absolutamente deliciosos, aunque siempre nos quedará la duda de su color.