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Vendedores flotantes, los malabaristas del Nilo

Por Lola Surribas Montaña

Esna. Mitad del Nilo. Interior de un crucero y una galabeya blanca que llama mi atención. Un joven aguanta su equilibro sobre una pequeña barca que une al crucero con una cuerda a modo de cordón umbilical. Su finalidad: obtener el dinero necesario para nutrirse.

Los barcos turísticos que recorren Egipto surcando un Nilo en proceso de desaparición son la fuente económica de los vendedores ambulantes, que se aferran a nuestro medio de transporte. Desde la proa, los turistas observan como cuatro barcas quieren llamar su atención. Los vendedores les interpelan y, haciendo malabares, lanzan manteles, alfombras o toallas en bolsas transparentes. Su propósito, que los turistas puedan ver los productos y comprobar su calidad. Principalmente, son tejidos de algodón, producto colonial por excelencia.

Mientras fotografío, una bolsa apunta mi objetivo pero con tan buena suerte para mí, y tal vez mala para el vendedor, que choca contra la ventana de mi camarote. El impacto me desvela que la bolsa transparente no solamente contiene tejido. Los vendedores flotantes añaden un bote para que el turista ponga precio al tejido y coloque un billete en su interior, esperando que sea de la cantidad más alta posible. Los turistas deben tirar de nuevo la bolsa e intentar que caiga dentro de la barquita, como si de una canasta de los hermanos Gasol se tratara.

Nos acompañan todo el viaje, como lo hace el sol. En la cafetería escucho: «Que pena que tengan que recurrir a esto». Me planteo si realmente es una pena o si para ellos es simplemente su local, edificado sobre las olas. Los precios de los locales en Luxor suelen ser demasiado altos, así que los vendedores deciden acompañar a los turistas durante dos horas, en su trayecto desde Esna, donde antiguamente atracaban los cruceros.

Antes de acabar de inmortalizar el momento a través del objetivo, escucho a mis vecinos de camarote quejarse. Querían descansar, supongo. Les molestaban las técnicas de marketing de los vendedores que gritan las características de sus tejidos. No sé si deberían quejarse. A fin de cuentas, pueden comprar desde el sofá de su habitación sin necesidad de salir del camarote.