Por Laia Sala
Son las cinco de la tarde en Luxor, antigua Tebas. El aire es caluroso, pero el sol que amenaza siempre en vertical empieza a descender lentamente por detrás de las montañas. En medio de la ciudad y en las orillas del Nilo se alza imponente el templo de Karnak, el más grande de la humanidad. Este edificio, dedicado a Amón, actuaba como el centro de culto principal y conectaba directamente con el templo del sur, Luxor, y el del oeste, Deir el-Bahari -templo de Hatshepsut-, gracias a una triangulación solar.
No es casualidad, ya que en el país de las pirámides los antiguos egipcios utilizaron sus conocimientos para ubicar a sus templos cerca del sol. Esto es precisamente lo que ocurre en Luxor. El sol recurre el pasadizo que conecta Karnak y Luxor, cruza el Nilo y llega al templo del Deir el-Bahari que justo detrás tiene el Valle de los reyes, necrópolis de faraones. Sin embargo los antiguos egipcios no solo usaban el sol, sino que sabían muy bien donde tenían que construir su templo para que fluyeran las energías.
Es precisamente en el harén de Amón, también conocido como templo de Luxor, donde algunos visitantes han notado distintas sensaciones. Haitham, guía de la expedición, cuenta que una vez tuvo una turista argentina que experimentó esas energías. «Ella dijo que tenía el cuerpo muy cargado y se le aceleró el corazón. Cuándo salió se puso debajo de un árbol para descargar su energía».
Fue esa también la intención de los egipcios para que el lugar de culto fuese adecuado para sus rituales. Lluís Pastor, investigador explica: «Los sacerdotes buscaban sitios que todos los elementos atómicos tuviesen la vibración adecuada, es por eso que hay gente que puede notar ciertas energías».
Nada es casualidad en el país de los faraones donde todo templo, pirámide y tumbas tiene su sentido.