Para nosotros, partir a las 09.00 de la mañana de un lunes soleado y caluroso en Uzbekistán para irnos a pasar aún más calor a un desierto desconocido, donde no tendremos prácticamente comodidades, ya no es ninguna novedad, sino una aventura más que tendremos que apuntar en nuestros diarios de viajeros. Nuestras expediciones siempre están llenas de experiencias extraordinarias.
Dos horas de trayecto nos sirvieron para todo menos para organizar un día en el que finalmente tuvimos que ingeniárnoslas para sobrevivir a más cincuenta grados de temperatura, bebiendo agua caliente, pero comiendo muy bien a pesar de todo.
El camping Ayazkala nos acogió más como a turistas que como a aventureros, facilitándonos todas las comodidades necesarias (excepto agua un poco fresquita), y regalándonos más anécdotas para nuestra aventura en el país.
Rano es la embajadora del camping Ayazkala, una atracción turística que desde el año 2005 acoge a todos aquellos que quieran visitar y pasar una o más noches en el desierto de la región de Karakalpakstan alojándose en sus yurtas, especialmente decoradas para que el viajero se sienta plenamente sumergido en la forma de vida de las tribus nómadas que habitaban el desierto.
Y fue precisamente en la yurta común donde los tahinos tuvimos la oportunidad de sincerarnos los unos con los otros, en esas horas calurosas en que no sabíamos cómo combatir el agobio que nos causaban las altas temperaturas. Tras una larga charla todos coincidimos en que la experiencia que estamos viviendo es única, y que debemos aprovecharla al máximo.
Y si se trata de aprovechar, no hay nada como las anécdotas: bañarnos en un canal artificial de agua en el que segundos después de salir nosotros se bañaría un rebaño de cabras, y en el que había peces enormes y fango que nos haría resbalar cada vez que intentábamos entrar o salir del agua.
Tras las risas y la refrescante agua verdosa volvimos al camping para tener una pequeña clase magistral impartida por Lluís Pastor, profesor de la expedición tahina, sobre comunicación oral, en la que nos brindó un par de trucos para nuestros futuros retos periodísticos.
La cena consistió en una buena ración de plov (plato de arroz típico uzbeco) que pudimos probar por primera vez después de cinco días viajando por el país, haciendo y deshaciendo mochilas. Las comidas, en general, convencieron hasta a los paladares de los tahinos más exigentes.
Ya entrada la noche los expedicionarios pudimos disfrutar de la música de Tleybaev Talgat, un músico de la zona que se mostró en todo momento agradecido por podernos acompañar junto a la hoguera, en pleno desierto, haciéndonos bailar sin parar. Al acabar su actuación, Talgat nos explicó emocionado que muchas veces no se necesitan idiomas para entenderse con las personas. Algo que sin duda comprobamos.
Un paseo nocturno hasta Elikaba, una fortificación que formaba parte de los 50 castillos que antiguamente se
encontraban en la región, fue nuestra última actividad del día. La construcción de 2,7 hectáreas, que nació para fortalecer y promover la cultura uzbeca, nunca fue terminada. Después de media hora de camino y tras encontrarnos con escarabajos que parecían querer venir a saludarnos, llegamos a la fortaleza, en la que pudimos tirar al aire unos farolillos y pedir un deseo con cada uno de ellos, para después quedarnos a mirar las estrellas sentados en pleno desierto.
Las horas siguientes pasaron muy rápido. Al llegar al camping, los tahinos nos tumbamos a mirar las estrellas y muchos se quedaron dormidos, o sin dormir, pero no se movieron del sitio. Otros pocos nos fuimos a nuestras respectivas yurtas e intentamos descansar hasta el amanecer. Sin embargo, y curiosamente, todos estuvimos fuera mucho antes de la hora acordada para el desayuno, viendo cómo el día amanecía.
Siempre podremos decir que vimos el sol marcharse y también vimos el sol salir en pleno desierto; que cada vez nos importa menos dormir y descansar, porque lo único que queremos es vivir cada momento al máximo; y que cada instante aquí es un tesoro, una emoción distinta.
El espíritu tahino es algo que solo nosotros podemos entender, que cuando lleguemos seremos incapaces de expresarlo. Es esa ruptura con la rutina, con el día a día, con los miedos que quemamos ayer en la hoguera.