Por Yolanda Santiago
La muerte no era el final de la vida para los egipcios, sino el inicio de la vida eterna. Para esta nueva vida debían equiparse con todo lo necesario para emprenderla. En su viaje al Más Allá usaban muebles, comida o joyas, que colocaban junto a la tumba, que contenía el cuerpo momificado del difunto.
Los egipcios entendían el individuo como una combinación de diferentes elementos: el ba o alma, el ka o fuerza vital y el aj o fuerza divina. El ka necesitaba de una representación material para poder reencarnarse y que el alma pudiese sobrevivir la vida eterna, este normalmente se trataba del propio cuerpo del difunto. El cuerpo debía mantenerse intacto y esto lo consiguieron a través de la momificación.
Al tratarse de un procedimiento sagrado, la momificación era realizada por los sacerdotes, que dependiendo de la clase social del difunto realizaban un tipo de momificación u otra. Los sacerdotes tenían gran prestigio en la sociedad egipcia y debían conocer de anatomía para no dañar los órganos, ya que el cuerpo debía estar intacto para la entrada al más allá. Cada paso del proceso estaba guiado por un sacerdote especialista.
Todas las necrópolis estaban situadas en el lado occidental del Nilo y en el desierto porque era la tierra de la muerte, a diferencia del Nilo que era la vida. Los sacerdotes encargados de los ritos funerarios vivían en la orilla occidental y para trabajar se cubrían la cara con una máscara de chacal en representación de Anubis, el dios de la muerte.
Cómo se preparaba una momia
El proceso de la momificación comenzaba tras el luto, después el difunto era llevado a los sacerdotes para comenzar el proceso de momificación. En primer lugar se extraía el cerebro introduciendo un gancho en la nariz y era desechado ya que se consideraba que no tendría ninguna función en el más allá. Después se extraían los demás órganos, excepto el corazón, que una vez momificado era colocado de nuevo en el cuerpo del difunto ya que se consideraba la fuente del pensamiento.
Los órganos internos se extraían y momificaban individualmente y después se depositaban en los vasos canopos, cuatro vasijas que estaban protegidas por sus dioses respectivos. El estómago estaba protegido por Duamutef, representado con la cabeza de chacal; el hígado por Amset, representado con cabeza humana; los pulmones por Hapy, representado con cabeza de babuino; y los intestinos por Kebeshenuef, representado con cabeza de halcón.
Después se sumergía el cuerpo en natrón, una sal desecante, durante 70 días. Tras esto, se limpiaba y se vendaba para entregarlo a la familia para el entierro. Entre las vendas de los difuntos se colocaban amuletos de protección para el viaje al Más Allá.