Comienza la aventura, los expedicionarios llegados desde distintas universidades de España ponen rumbo a Marruecos, con las maletas cargadas. Ganas, ilusión y grandes expectativas acompañan a los expedicionarios en el primer día de viaje.
Unificados por el color morado de las camisetas, que despertaba la curiosidad de aquellos que se encontraban en el aeropuerto El Prat, mostrando unidad y trabajo en equipo, dos características que marcarán el resto de la experiencia.
Un pie en el finger bastó para detectar el cambio cultural que esconde el país de las grandes dunas. El nombre del avión en árabe; un olor al pisar la nave; una melodía típica; una inusual textura aterciopelada en los asientos y una degustación gastronómica… aún sin despegar, "estábamos transportándonos a Marruecos" dice Claudia Collado de Valencia.
Durante dos horas de vuelo el intercambio de impresiones entre expedicionarios acerca de zocos, dromedarios, nómadas, desierto, calor, haimas, mezquitas, aceleraban la inquietud que se agudizó al llegar a Casablanca con las largas colas para conseguir el sello marroquí en el pasaporte.
El momento de pisar África llegó, y así, mujeres que sólo mostraban su rostro, hombres con chilaba y sandalias, viejos Mercedes usados como taxis, y también los choques culturales en el mismo Aeropuerto Mohamed V.
El día concluyó cinco horas después de aterrizar, un autobús fue el encargado de transportar a los expedicionarios con sus mochilas llenas y el mismo nivel de energía, a una de las ciudades imperiales de Marruecos: Fez.