Juan Carlos Canul es un hombre sencillo, que vive en una comunidad maya y duerme en hamaca. Es un apasionado de la historia antigua con antepasados de estirpe maya y, además, trabaja como guía turístico para preservar viva la cultura del que considera su pueblo. De pequeño estudió en una escuela de Cancún y luego se trasladó a Mérida para estudiar arqueología en la universidad. Ha participado como voluntario en excavaciones de Yucatán restaurando las ruinas y se siente orgulloso de haber contribuido a descubrir el 10% de las construcciones de Ek Balam.
Su padre era maya, medía 1,47 cm y era fuerte como los antiguos guerreros mientras que su madre era mestiza y medía 1,70 cm. De este matrimonio nacieron tres hijos: su hermana rubia, su hermano “negro con pelos de jabalí” y Carlos, al que los otros mayas llaman media sangre porque conserva rasgos pero es más alto. Hubo un tiempo en el que vivió a tan solo 400 metros del palacio real de Ek Balam, por donde guía a los turistas y cuenta historias mitológicas y curiosidades de esta cultura milenaria. Actualmente Carlos vive en Popola, una comunidad maya cercana a Valladolid donde residen 47 familias.
Hace miles de años los mayas jugaban al juego de la pelota, era parecido al baloncesto ya que tenían que meter una pelota por el aro, pero solamente podían hacerlo con los codos, rodillas y caderas. Además existía una aura religiosa alrededor del juego, porque el equipo ganador era sacrificado para ascender a la otra vida en forma de dioses y suponía un honor. Hoy en día algunos mayas siguen jugando a este juego ancestral, aunque solo por diversión. A la salida de las ruinas de Ek Balam se encuentra Modesto, amigo de Carlos, disfrazado como un antiguo guerrero maya. Es el mejor jugado de pelota de la comunidad y hace una demostración de sus habilidades con unos toques de cadera con su llamativo atuendo.
De este modo, Carlos explica que se siguen conservando muchas otras tradiciones mayas a parte del juego de pelota como por ejemplo la lengua, que cuenta con un millón de hablantes en la península. El maya yucateco es su lengua materna y lo habla con su círculo más íntimo, familiares y amigos de la comunidad. Dice que el castellano le cuesta y tiene que hacer un esfuerzo para hablarlo pese haberse escolarizado en este idioma. Explica que si hablaba maya en el colegio, el profesor le tiraba un borrador y le advertía de que no hablara como un perro. Esto se producía porque los misioneros se apropiaron de la educación y aunque hoy en día existen escuelas mayas donde enseñan en las dos lenguas, sigue estando mal visto hablarlo.
También se sigue practicando el bautismo maya, llamado “Jesmek”, una de las tradiciones más importantes porque se determina el destino de los recién nacidos colocando varios objetos a su alrededor como lápices o machetes y esperando a que escoja uno. Las bodas mayas siguen estando vigentes, se producen dentro de los cenotes y en vez de anillos se entregan collares de semillas.
Combinar las tradiciones y el estilo de vida maya con vivir en una sociedad moderna tan atada a la tecnología y en valores superficiales no es fácil para los mayas. Cuando no trabaja de guía, Carlos organiza rutas, lleva a los turistas a dormir en cabañas y cocina con ellos la carne de los animales que tiene en su comunidad. No se lleva bien con los aparatos electrónicos, dice que es hombre de piedras, pero tiene móvil y se ve obligado a estudiar un curso sobre Internet para poder comercializar su negocio.
Su filosofía ante la muerte es reírse de ella, una reminiscencia de la concepción positiva para los mayas, que no le tenían el miedo que le tenemos los occidentales. Y su filosofía ante la vida es el respeto por las tradiciones y el contacto humano con las personas que le rodean, valores que en estos tiempos modernos se están dejando de lado y que la cultura maya nunca ha olvidado.
Marc Lloveras