En el corazón de Arequipa se desarrolló la segunda jornada de expedición Tahina-Can Bancaja. Tras el vuelo procedente de Lima los expedicionarios visitaron las antiguas instalaciones del convento de Santa Catalina perteneciente a la orden de los dominicos.
Se trata de una construcción del año 1579 y abierta al público en 1970 tras numerosas reformas. Actualmente se reproducen visitas nocturnas a la luz de las velas con figurantes que representan la vida de las hermanas dominicas para acercar la visita lo más posible a la época.
Las instalaciones cuentan también con una gran superficie destinada a la huerta, lavandería, cementerio, panadería… Además, el poblado también estaba acondicionado para las lluvias gracias a numerosos canales permitiendo la recogida de las aguas. En plaza, el centro social, las hermanas se reunían los domingos después de misa para conversar e intercambiar regalos. En definitiva, un pequeño pueblo al que no le faltaba de nada
En un principio dentro de la orden existían dos clases sociales. Solamente podían ingresar en la primera clase la segunda hija de familias adineradas. Para ello debían pagar 2400 monedas de plata y las actividades que desarrollarían serían la meditación y el bordado. Por otra parte, cualquier mujer podía ingresar en la orden pero estaría relegada a segunda clase. La diferencia con sus hermanas de primera clase sería principalmente en las actividades que se desarrollarían siendo éstas las de la limpieza, cuidado del huerto y otros quehaceres pertinentes. Las diferencias sociales se reflejarían también en el tipo de vivienda aunque esto cambia en torno a 1871, año en el que desaparecen las clases y de esta forma los privilegios.
Otra de las labores del convento de Santa Catalina era la de orfanato. Los niños abandonados permanecían en el convento hasta los 6 años y posteriormente eran enviados a un seminario para que se convirtieran en curas. Sin embargo, las niñas quedaban en el convento aguardando un futuro predestinado como monjas.
Hoy en día las monjas del convento llevan una vida individual dividiendo las 24 horas del día en rezos cada tres horas. Ocupan su tiempo libre en labores de costura para vestir a los santos y elaboración de dulces y jabones y tan sólo los cuidados médicos y el derecho a voto permiten la salida del convento.