Diario de Ruta 2013-2014, Tailandia

El emblema convertido en negocio

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Los elefantes representan prácticamente un emblena y símbolo identitario para la sociedad tailandesa. Calles, locales, restaurantes y tiendas están llenos de figuras y esculturas con la forma de este animal. Sin embargo, éstos también conforman un gran centro de atención para los turistas.

 

Fuerza, sabiduría y protección.

Éstos son algunos de los valores que hacen, a la vista de los tailandeses, a los elefantes los animales más preciados, protegidos y valorados del país.

Según cuenta la leyenda budista, una princesa llamada Maya soñó una noche que un elefante blanco la penetraba. Unos meses más tarde ésta resultaba ser la madre del mismísimo Buda. Es por esto que desde siglos atrás el elefante ha significado un emblema de representación de la realeza, así como también ha sido el símbolo de la antigua bandera tailandesa.

El elefante es el animal más protegido del llamado país de las sonrisas, desde los años sesenta se realiza, en la capital de Surin, un evento que consta de diversos desfiles y competiciones a fin de recaudar fondos para la protección y el cuidado de este animal.

No obstante, los elefantes también sirven a los tailandeses como transporte, animal de tiro y de tareas agrícolas. Obviamente, en esta categorización de funciones no podía faltar el turismo, del cual los tailandeses también viven, y muchas veces a costa de sus propios emblemas.

La selva tailandesa de la ciudad de Chiang Mai acoge cada día a cientos de turistas en su principal puerto de atracción: el Campo de Elefantes de Maesa. Un recorrido de unos treinta minutos en el que los más curiosos pueden ir a lomos de este animal y sentirse más en contacto con la naturaleza que nunca. Nuestro interés por la seguridad y el cuidado de los elefantes se despertó nada más llegar allí, y muchos nos aseguraron que estaban muy bien tratados. No obstante, era realmente lamentable y triste la imagen de los elefantes de más corta edad con cadenas atadas en los pies y haciéndose fotos con los turistas, levantando las patas y la trompa de manera prácticamente automática mientras la gente los tocaba y se subía en ellos, posando para las instantáneas.

Nunca supimos si realmente este tipo de atracción consiste en una explotación máxima del capitalismo a costa de un ser vivo o no. Si el hecho de atarlos con cadenas, o “obligarles” a hacer cada día el mismo recorrido es positivo para ellos o no lo es. Cierto es que se han convertido en un símbolo para el país y que, como en todas partes, esto se ha explotado con tal de hacer negocio de ello. Que ha fomentado una potenciación del turismo y que ahora ya no son solamente una referencia para el país, sino que también se han convertido en un espectáculo.

David Jiménez, corresponsal de El Mundo en Bangkok, nos aseguraba que “en España hacemos mucha explotación de nuestros símbolos identitarios”, que tal vez no somos los más adecuados para hablar. Es cierto. Pero hay que encontrar un equilibrio, entre aquello que admiramos, y aquello que debemos admirar porque debemos hacer un negocio de ello. Sería una pena que se perdiera el valor que históricamente han tenido los símbolos de los países y las regiones, y es muy bonito que los tailandeses crean incluso que su propio país tiene forma de un elefante, y tengan leyendas tan bonitas acerca de ello. Lo importante es que eso nunca se pierda y que se sepa que, ante todo, son seres vivos.

Tailandia ha significado un punto de inflexión para muchos de nosotros, y nos ha enseñado valores e ideas de las que deberíamos aprender mucho. Pero también hemos visto, con cosas como ésta, que incluso los países más humildes exaltan sus valores y sus costumbres a fin de hacer negocio de ello, y tal vez ésta sea la parte que más nos ha decepcionado.

 

Hay que amar nuestras costumbres, de manera que también hay que cuidarlas. Nuestros símbolos identitarios. Pero también debemos cuidar aquello que no nos pertenece, y de lo que creemos que somos dueños. Nadie es dueño de otro ser vivo, y por eso también hay que proteger a aquellos seres más vulnerables, para no acabar convirtiéndolos en un mero espectáculo.