Diario de Ruta 2008, Perú

En Lima nunca llueve

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En Lima nunca llueve. En Lima sólo sale el sol de diciembre hasta marzo, y si hay suerte. Una ciudad sumida en una neblina constante, y en una habitual llovizna que no moja si no estás más de 2 horas debajo de ella. Garuja la llaman. El gris que todo lo envuelve recuerda a la gran mayoría de los habitantes de la ciudad lo lejos que quedan sus vidas de los neones y lujos que tan fuertemente alumbran otros lugares.

“No al caos” Así rezaba un cartel que hemos podido ver desde dentro del autobús en la primera mañana de nuestra estancia en Lima. Sorprendidos por la fuerza de su mensaje, pero sin saber exactamente contra quien iba dirigido, nos han bastado unas pocas horas para solidarizarnos con el ciudadano indignado que protestaba tan pacíficamente desde la ventana del comedor de su casa.Una ciudad de 70 km. de larga, con 250 000 taxis, con 60 000 autobuses operando. Sus casas forman un enorme mosaico de colores para matar la monotonía del cielo. 7,6 millones de habitantes se agolpan por sus calles, en ventanas de transporte con caras fatigadas de cansancio y resignación, y esperando el pasar del tiempo sentados en un banco cualquiera, en uno de tantos parques. El caos, bien se puede decir que el caos y Lima conviven en una estrecha relación de amor y odio. Los problemas de tráfico suponen para cualquier ciudad moderna de 8 millones de habitantes un auténtico viacrucis. Si a esto añadimos no disponer de red de metro, ni tranvía, ni autobuses urbanos públicos junto un paisaje marcado por la combinación aleatoria de edificios lujosos seguidos de otros en ruinas obtenemos la primera imagen que nos hemos encontrado: señales de tráfico que casi no ejercen autoridad alguna.

Todo esto forma el caos de la vida limeña. Un caos equilibrado con serios desajustes. Para las gentes de aquí todo es normal, todo entra dentro de lo posible. La policía corrupta no es un mal endémico, es un axioma; las miradas recelosas que miran tus bultos, los policías que hacen desaparecer gente por delante de tus pasos. Todo esto entra dentro de lo normal, y no entra en debate social, es la realidad limeña, y por ende, así habrá sido y será siempre: vete acostumbrando aconsejan las gentes de aquí.

No obstante, lo más sorprendente que hemos encontrado en Lima ha sido posiblemente las sonrisas y los saludos constantes de muchos de sus habitantes, que mordidos por la curiosidad, no podían evitar mirar los autobuses en los que viajábamos. Uno se pregunta si tal vez los mosquitos a los que hemos temido tanto antes de llegar no contagian a los habitantes de esta urbe de una alegría que les impide ver lo que a nuestros ojos nos resultan unos contrates insultantes.

Paseando por los distritos “pitucos” de Lima, los distritos más selectos (Miraflores y San Isidro), uno asiste al engaño de este país. Cuando casi el 19% de la población está en una situación de pobreza extrema insulta ver el “apartheid” que resultan estos distritos con sus clubes de golf, sus hoteles de 5 estrellas, sus tiendas de lo más selecto. Pero dejándonos de prejuicios, igual de insultante es la cifra del 7% de pobreza extrema en España. Igual de insultante es la cifra de que exista la pobreza extrema, la pobreza, y su realidad más cruenta. El olor a brisa del pacífico se lo reservan para los más pudientes.

Alejado de los “pitucos”, al norte se sitúa el centro histórico (lugar de todas las sedes institucionales). Aquí Lima huele a madera húmeda. Las calles están copadas de casonas antiguas, que fueron ocupadas por aristócratas republicanos. Estos las heredaron de los conquistadores españoles, pero igual que vinieron se fueron a las afueras de la ciudad, dejando estas construcciones a gentes muy pobres que prefirieron dormir bajo techos antiguos con riesgo a desmoronarse a dormir en la calle con riesgo de no despertar.

Por último encontramos los conos, estos extremos de una ciudad inmensa. Hasta sumar los 70 km. de casas y farolas, hasta acumular 43 distritos y 43 alcaldes en una misma ciudad, los conos perfilan la figura externa de Lima. No se define un olor, una identidad en estos distritos. En los conos, todo está construyéndose, todo es nuevo y viejo a la vez, todo está en desorden.

Sorprende que duela incluso a los ojos de un hijo del capitalismo más exacerbado la opulencia de la que algunos hacen gala frente a sus conciudadanos en esta ciudad. Los combis de más de 20 años de antigüedad, abarrotados de pasajeros serpentean continuamente alrededor de algún que otro flamante 4×4 último modelo. 

Así es Perú, un “combinadito” de varias cosas. De varias culturas, razas, gastronomías, maneras de pensar y vivir. Vale la pena conocer un sitio así, salir de eurocentrismo, de pensarnos el ombligo del mundo, y saber que todos no tienen la misma suerte de crecer en la opulencia y las facilidades en que vivimos.

Ganas de gritar, de entrar en acción, de moverte, de bajar del autobús y contarles a todos que la realidad en la que viven no es ninguna condena, que pueden cambiarla, que deben ponerse en marcha, armarse de valor para combatir las injusticias del sueño americano. Luz verde, arranca el autobús, las sonrisas y los saludos se alejan, distantes, efímeros, dejando un cierto regusto amargo justo en la boca del estómago.