Por Ariadna Gombau
Buna dabo naw o, para los que no lo entiendan, el café es nuestro pan. Este dicho etíope define a la perfección la importancia de la industria del café en el país, ya que genera gran parte de los ingresos en un país que se distingue, principalmente, por ser rentista.
Además de una fuente económica, el café es, sobre todo, un elemento identitario de la cultura etíope, cuya ascendencia dentro del continente africano de justifica a partir de su condición de faro del cristianismo y sede de una de las civilizaciones más antiguas del mundo. Si viajáis por el país no tardaréis en ver la llamada Ceremonia del café, puesto que es una tradición heredada que se mantiene en la actualidad. Dicha ceremonia se realiza a diario.
Una mujer vestida de blanco coge los granos de café, que previamente se han secado en el sol, y los tuesta en el brasero. Después, se muelen y se introducen en la yebená, una pieza de cerámica que se asimila a una cafetera y que contiene agua hirviendo. Una vez terminado el proceso, se sirve el café en pequeñas tazas que, como detalle, no tienen asa.
En esta ceremonia, los etíopes suelen beber hasta tres tazas de café, diferenciadas por la cantidad de agua que contienen. La primera la llaman abol y es la que tiene un sabor más intenso. La segunda es la tona, más suave, y la tercera y última es la bereka, la más rebajada de todas. Es usual que se acompañe el café con palomitas.
Esta tradición etíope, que tiene gran impacto en la vida social del país, es una muestra de amistad y hospitalidad. En caso de presenciar dicha ceremonia, no dudéis en oler el café, puesto que es una forma de agradecer la invitación.