Diario de Ruta 2019, Irán

Descubriendo Teherán

Por Marina Pinto

Esta mañana, el hall del Teherán Grand Hotel se ha llenado de tahinos y tahinas expectantes y, por qué no, muertos de sueño. El desayuno nos ha devuelto a la vida, y hemos saltado a los autocares, con unas ganas locas de conocer la capital del país que va a ser nuestra casa durante las próximas dos semanas.

La primera observación que podemos hacer de las bulliciosas calles de Teherán es que las señales de tráfico parecen ser una mera formalidad, una cuestión de decoración. Va a ser difícil acostumbrarse a la conducción temeraria, la inexistencia de pasos de cebra y las continuas contradirecciones. Los peatones cruzan por donde pueden, y si es por una rotonda, pues por una rotonda cruzan, esquivando motos de tres pasajeros y taxis con el motor al aire. Aún así, la gente no lleva unos aires de urgencia y prisa sino que da la sensación que se mueven con un ritmo diferente.

La primera parada ha sido el museo de las alfombras. Curioso, ¿verdad? Las alfombras son un símbolo de Irán, que tras el desarrollo del imperio en el siglo XVII, se han convertido en uno de los motores económicos y de intercambio cultural con los países importadores.

En la primera sala hay unas pocas alfombras, que ocupan varios de los metros de pared. Representan motivos vegetales, geométricos,… en general, elementos de la naturaleza,. El guía nos explica que hay algunos símbolos que son recurrentes. Por ejemplo, el ciprés o también dicho el árbol de la vida, que es así como bautiza la cultura persa este árbol. Para pasar al resto del museo, donde se encuentran un centenar de alfombras que constituyen la colección, nos hacen cubrir los zapatos con unas fundas de plástico, cosa que vamos a tener que repetir en el siguiente museo de nuestro itinerario. En la galería interior encontramos alfombras de distintas épocas, colores y tamaños, y aunque algunas representan los mismos símbolos, no hay dos iguales. El nivel de detalle y precisión de estas telas tejidas a mano corta la respiración.

Una vez hemos comprado souvenirs y hemos hecho el millón de fotos de rigor, nos vamos a la siguiente parada: el palacio de Golestán. Construido el siglo XIX en el momento que la capital fue trasladada a Teherán. El complejo de jardines y edificios, catalogados por la UNESCO como patrimonio de la humanidad, tiene una cierta retirada al palacio de Versalles. El nombre de Golestán significa “jardín de flor”, y funcionó como residencia de la familia real, palacio de ceremonias oficiales y recientemente como museo. Golestán se caracteriza por tener la mayoría de salas forradas de espejos. El visitante se siente como rodeado de diamantes y con la cámara de fotos sin dar a basto por la belleza que le rodea. Las vitrinas que llenan las estancias están repletas de pequeños objetos cargados de detalles, como las medallas decoradas con los leones, símbolo de fuerza y defensa, coronados con un sol, que representa el rey.

Tras media jornada de visitas culturales y los ojos repletos de imágenes indescriptibles nos vamos a comer a un discreto restaurante-buffet, muy luminosos y agradable, donde nos ofrecen distintos tipos de sopas, estofados y arroz. Todos los olores y sabores son únicos, nunca antes degustados, y seguro que ninguno de los expedicionarios sabría decir del cierto que ha comido exactamente. Culminamos la pausa con un té muy aromático que juraría que es de rosas, acompañado de unas deliciosas lionesas.

Rápidamente nos vamos al banco nacional de Irán. Aunque tenemos que dejar absolutamente todo lo que llevamos, excepto nosotros mismos, en el autobús, tenemos la suerte de visitar el tesoro de la República: las joyas de las dinastías anteriores a la revolución islámica, la Kayar y la Pahlaví. Tras pasar tres controles de seguridad y rodeados de vigilantes podemos ver las piezas que coronaban la realeza. Joyas de un valor, detalle y belleza incalculable.

Después de una intensa jornada y extenuados de novedades, nos vamos a preparar para una exclusiva cena en la embajada española. Todos con invitación personalizada en mano, nos subimos por penúltima vez en el autobús para conocer una pequeña parte de la colonia española en Irán.

Mañana nos toca volver a madrugar, otra cita con el aeropuerto de Teherán, rumbo a Kermán, ¡con muchas ganas de dar continuación a esta aventura!

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