La noche del 27 de febrero hacia las 3 de la madrugada, un terremoto 8.8 sobre la escala de Richter sacudió la ciudad costera de Lebu. Aproximadamente 20 minutos más tarde, el mar se recogió para azotar a la ciudad con un tsunami. Las olas llegaron a superar los 12 metros de altura. La masa de agua que entró en Lebu fue absorvida por el río, lo que minimizó los daños estructurales en las viviendas de la ciudad. Gracias a la educación ante casos de tsunami, centenares de familias evacuaron inmediatamente la parte baja de la ciudad subiendo a los cerros.
Días después de la catástrofe natural, la municipalidad intentó convencer a muchas de las familias para volver a sus hogares. Algunas de ellas, bajaron al centro de la ciudad sin dudarlo. Otras, casi 200, siguen a día de hoy sin querer abandonar las "mediasaguas" (las casas provisionales que se construyeron en los campamentos de damnificados del terremoto). La dicotomia es que sus casas en Lebu están intactas, pero se niegan a volver cerca del mar. "Muchos jefes de hogar no quieren volver a sus casas por miedo, porque hay constantes temblores", afirma Lory Navarrete, una de las damnificadas del tsunami. "Si pasó un terremoto tan fuerte, quizás vuelva otro porqué el mar aún está recogido y no ha vuelto a su estado normal. Así que la gente todavía teme que vuelva el mar con toda su fuerza", concluye Lory.
Desde la municipalidad de Lebu se han realizado distintas acciones para animar a estas familias a regresar a sus hogares. "No quieren volver y no tenemos claro que vuelvan nunca más a vivir en el centro de la ciudad", afirma Nestor Matamalas, miembro de la Municipalidad de Lebu.
Cuando el tsunami azotó Lebu no sólo dejó daños económicos y de estructuras sino que dejó un daño más profundo: el temor a un nuevo sismo.