Cuenta la leyenda que Bach ad-Din Naksband, el fundador del sufismo, cuando volvió después de su peregrinación a la Meca, trajo consigo un bastón del que brotó una morera. Es al lado del tronco seco de esa morera donde ahora me encuentro.
Tres vueltas, debo dar tres vueltas a su alrededor e intentar extraer una astilla de su pulida madera para que mi deseo se cumpla.
Me dispongo a hacerlo. El ritmo es lento. Me acompañan mis compañeros de viaje, otros treinta y nueve soñadores. Busco para encontrarme y busco esa pequeña astilla. Resulta imposible, pero insisto. Cada vez crece el número de personas que realiza esa especie de ritual en torno a los restos de la morera. Me agacho una, dos y hasta tres veces para pasar por debajo de una gran rama. Forma parte de la costumbre. No soy capaz de conseguir la astilla y me encuentro en los últimos pasos de la última vuelta y entonces pienso, reflexiono. De pronto me visualizo desde fuera. Mi yo en ese instante. Mi yo más sediento de viajes y aventura se encuentra en Uzbekistán.
Quizá el deseo ya se haya cumplido.
Foto: Mireia Sanz