A cinco minutos del mercado de alimentos municipal y en el corazón del casco viejo de Bujara, la madraza Miri Arab es un referente para los musulmanes del Asia Central. Terminada en 1536, la madraza bujareña forma parte de un complejo que tanto atrae a fieles en el rezo del viernes por sus dimensiones como a turistas (principalmente de otras partes de Uzbekistán) por su megalomanía. Antes de entrar en detalles, conozcamos primero qué es una madraza.
La madraza es una institución educativa que forma a niños y adolescentes en el estudio del Corán (libro sagrado de los musulmanes) desde los 7 hasta los 16 años. Aunque la formación se especializa en acercar la palabra de Mahoma y los versos del Corán, el plan docente incluye el estudio del idioma árabe, los diferentes tipos de caligrafía, además de asignaturas de Matemáticas y Conocimiento del Medio, entre otros.
En Uzbekistán, el gobierno permite a las familias elegir entre matricular a sus hijos varones en las escuelas laicas o hacerlo en una madraza, siempre de forma gratuita en cualesquiera de los casos. La formación en las madrazas, vetadas a las chicas, se completa a los 16 años, y de ahí se accede a la Universidad del Islam u otros Institutos de Estudios Superiores, más orientados a la especialización profesional.
Para hacernos una idea, el perfil del ex-alumno de madraza sería un experto en religión que podría ejercer de imán la figura más parecida al cura en el mundo musulmán; de qori, una especie de maestro de ceremonias religiosas capaz de recitar entero el libro sagrado del Islam; profesor de árabe; profesor de religión; y otras profesiones de cuello blanco tales como secretario o administrativo. Según datos oficiales, el número de alumnos matriculados en madrazas no alcanza el 1% del total de uzbekos en etapa formativa.
Más allá del papel educativo de Miri Arab, la única madraza en activo de las siete que llegó a tener la ciudad de Bujara, el valor arquitectónico de la infraestructura es impactante. La madraza forma parte del complejo Poi Kaion, donde también se encuentra una gran explanada que separa a la madraza de una torre destacada. Se trata de un minarete de 46 metros de altura y 11 de diámetro, uno de los más altos del mundo y la construcción más alta de Bujara, solo superada por la torre del agua construida ya en el siglo XX.
Las medidas de esta infraestructura ayudan a entender la consideración de Bujara de ciudad santa tanto por parte de musulmanes como de judíos, que la habitaron significativamente hasta la creación del Estado de Israel. Sin ir más lejos, Bujara conserva aún muchas pruebas de su población por judíos, pero ese ya es otro tema que no desarrollaremos aquí. Cuenta la literatura local que en el siglo XIII el dignatario Arslan Khan ordenó la construcción de un edificio religioso que fuera eterno, sin miramientos ni limitaciones de ningún tipo.
La empresa era tan importante que los cimientos de la construcción se bendicieron con leche de camello, para luego construir un minarete reconocible a millas y una mezquita que pudiera congregar a miles de fieles. Nunca es fácil en la historia separar leyenda y lo que de verdad aconteció. Aunque hemos visto manchas blancas en la superfície del minarete, el guía las atribuye a la guerra civil rusa de principios del siglo pasado, no a restos de leche de camello, que de haber llegado hasta nuestros días hubiera sido pasteurizada por el calor sofocante que acompaña a la expedición desde la noche de los tiempos. Por suerte o por desgracia, el tradicional rezo del Viernes no se ha celebrado hoy jueves (ya saben que este país no es nada fácil de entender), con lo que no hemos visto gran aglomeración de fieles.
En cualquier caso, el resto de la historia del complejo Poi Kaion culmina tres siglos más tarde con la construcción de la madraza que nos ocupa, la de Miri Arab. El príncipe yemení Ubaidullakhan se desentiende de su familia y elige Bujara como nuevo lugar donde vivir. Miri Arab o “Emir de Arabia”, se convierte en el brazo derecho del emperador Ubaidullakhan, y convence a éste de construir una madraza a la altura de la ciudad santa del Asia Central, a cambio de prestarle su ilustre nombre.
Ya en el siglo XX, el complejo sufre algunos daños por la guerra civil entre soviéticos y zaristas. En medio de una política de secularización del Asia Central por parte de Moscú, los soviéticos dirigidos por el bueno de Josef Stalin cierran en 1925 todo tipo de edificios religiosos, entre los cuales todas las mezquitas del imperio, manteniéndose únicamente Bujara como ciudad soviética con madraza, algo así como la Roma del Asia Central. Bujara no tenía Papa, pero tenía madraza, bien podrían decir orgullosos sus habitantes.
Y un 2 de julio de 2015, los tahinos penetramos hasta el hall de la madraza. Confundidos con vulgares turistas que buscan refugio a un sol que no da tregua, el conserje llega a la conclusión que aunque jóvenes, hace años que han sobrepasado la edad de ser alumnos. Y hoy no había jornada de puertas abiertas alguna, por mucho profesor universitario que se dejase ver fuera del despacho. Para la próxima vendremos asesorados por la Oficina de Intercambios de la UAB. Una madraza se merece eso y más.