Laura Serrat
La perla rosa más grande del mundo, el tráfico caótico, los velos enlazados de formas modernas y los montes de Alborz mirando la ciudad de Teherán. Son algunos de los detalles que se cruzaron por nuestro camino durante la visita a la capital de Irán. Ahora, desde la ventanilla del avión con destino Kerman, la ciudad ruidosa se empequeñece y se abren grandes explanadas de tierra de color canela. Al sobrevolar por el país, uno se da cuenta que Teherán es una ciudad aislada, rodeada de desiertos y pueblos construidos de adobe, pero también de zonas más frescas con riachuelos y montañas. El avión atierra en medio de un paisaje árido, bañado de sol. Las chicas de la expedición llevamos el velo y la ropa ancha y, en seguida, nos ponemos a la piel de las iranís que caminan por la zona con largos chadores negros.
Subimos al autobús y empieza un viaje hacia el Castillo de Rayen. Durante el trayecto por carretera, los expedicionarios aprovechan para descansar, conocer gente nueva y observar las formas de las montañas al otro lado de la carretera. Nos adelantan motoristas sin casco y coches viejos. Una vez llegamos al Castillo de Rayen, los expedicionarios sacan las cámaras fotográficas y empiezan a retratar la antigua población construida con adobe y rodeada por una muralla. Un anclaje que fue abandonado por sus habitantes hace unos cien años y ahora por sus calles en forma de laberinto solo se escucha el silencio. Aparecen referencias de este lugar desde el siglo V aC, aunque los expertos apuntan que probablemente el lugar es más antiguo.
Pisamos un suelo que, años atrás, pisaron personas que alargaban el brazo para coger sandías en el bazar, entraban en un templo del fuego o paseaban y se hacían preguntas existenciales que también nos hacemos nosotros. El guía de la expedición, Said, explica que las costumbres y las creencias de la población antes del siglo X estaban influenciadas por el movimiento religioso llamado zoroastrismo. Una creencia fundada por Zaratustra, también nombrado el profeta risueño. En sus enseñanzas el personaje histórico instauró un dualismo entre los principios de bondad y justicia y los espíritus del mal, según sostiene Michael Axworthy, autor del libro Irán. Una historia desde Zoroastro hasta hoy. Han transcurrido siglos de historia, pero la forma de vivir y de pensar de aquella cultura continúan interesando a los viajeros.
Los expedicionarios, cansados por el calor, subimos al autobús que nos conduce hacia un hostal resguardado del sol donde nos han preparado la comida. Las mesas están rodeadas de árboles y nos sirven un plato típico de Kerman llamado bozhorme, una especie de cocido hecho con yogurt, carne, cebolla o maíz, entre otros alimentos. Por postre, también saboreamos el té y las galletas que nos ofrecen. Esta bebida, acompañada de alguna pasta, aparece al final de todas las comidas y sirve para relajar al viajero y entablar conversaciones con los compañeros de enfrente. Mientras bebemos el té caliente, hay otros viajeros y gente local que come en este lugar y se relajan. A lo largo del camino, hemos encontrado muchas personas que descansan sobre una silla o sobre una alfombra y simplemente contemplan su alrededor. Una acción meditativa, que poco practicamos en el lugar de donde venimos, en la que el tiempo queda suspendido.
Después de la comida, el autobús nos acerca hasta el Santuario del Shah Nematollah Vali, uno de los poetas y místicos iranís con más renombre. El guía cuenta que la persona que sigue la rama del sufismo pretende llegar a conocerse a sí mismo para acercarse a Dios. Destaca que Nematollah escribió un libro de poesías que se utiliza como un canto religioso en muchos contextos de la vida cotidiana. Dentro del santuario hay personas rezando en un rincón y turistas haciéndose fotografías. Al exterior del espacio, aparece un niño con una caja llena de fruta que nos persigue para conseguir venderla. Finalmente, uno de los monitores de la expedición accede a comprar la fruta y el niño se aleja con una sonrisa.
Por último, los viajeros damos un paseo por el bazar de Kerman. En este caso, el guía indica a las chicas que se cubran la piel un poco más que en otros contextos. Una vez empezamos a caminar por el largo túnel de colores donde se vende fruta, ropa o elementos de decoración los expedicionarios pasamos a ser el centro de atención de la gente local. Nuestras ropas más claras y nuestro aspecto diferente nos delatan. Algunos nos miran extrañados o susurran, otros nos preguntan de dónde venimos y por qué hemos escogido su país como destino de viaje.
Llegamos al hotel de Kerman con la sensación de haber empezado el recorrido por el Irán más rural. Mañana nos espera un viaje de dos horas con autobús para llegar a Meymand y Caravanserai. A continuación, reprenderemos el viaje por carretera hacia la ciudad de Yazd, donde descubriremos cómo las personas usan los recursos limitados para sobrevivir en los desiertos.