Por Nàstia Mas
Junio, 2004. Llueven bombas en Chernígov, Ucrania. En un gran edificio de ladrillo, un señor echa un vistazo a un álbum de fotos de niños, algo así como un catálogo de venta. ¿Qué niño prefieres? En este caso, ninguno de esos. Guarda el álbum y abre un cajón del que saca una fotografía tipo DNI en el que aparece una niña, muy seria. Es Anastasia. Soy yo. Me adoptaron de Ucrania con un año y medio.
Septiembre, 2023. En Etiopía, un guía especializado en la zona y sensibilizado con la crisis de adopciones me explica la situación. Están prohibidas ahora, dice. Los niños que, por algún motivo, han perdido a sus padres están condenados a la pobreza, a la miseria. Aquí, una de las países más poblados de África, estos infantes huérfanos no tienen la oportunidad de tener padres desde hace 8 años, cuando el Gobierno prohibió las adopciones internacionales.
Son miles los que están pendientes de que alguien los quiera y les dé cariño. Algo muy similar a lo que se relata en el documental Seleme —estrenado el 2014—, que trata de una mujer que adoptó a dos niños en Etiopía. Primero, a uno y, más tarde, a su hermano de sangre; volvió expresamente al país a recoger al hermano de su hijo. En este caso, no se encontraban en un orfanato, sino que vivían con la familia, pero esta no podía hacerse cargo de los hijos por problemas económicos. Es una de las infinitas situaciones en las que se materializa la orfandad. Lo que hizo la madre fue un favor que, seguramente, salvó vidas.
Igual que la mía. En ese país de Europa del Este, los niños que llegan a la mayoría de edad y no han logrado tener una familia son expulsados del orfanato, lo que provoca que muchos de ellos recurran a la prostitución o, incluso peor, en el suicidio.
Hay aproximadamente 13 mil kilómetros entre África y Europa, Europa y África. Y una misma problemática que se extiende en la mayoría de los países de la Tierra —si no en todos—. Es un ataque a la vida y al desarrollo del ser humano. Hace falta ayuda humanitaria inminente, un incremento del presupuesto en esta materia, consciencia desde el poder político. Prohibiendo las adopciones, Etiopía restringe totalmente la posibilidad de vida de una parte de la población. Es necesario un interés por este problema que favorezca que los infantes sin padres vivan mejor, en un edificio que se aleje a aquel en el que estuve yo, antiguo y descuidado. Que tengan oportunidad de consumir una dieta saludable, también lejos de la mía, basada en el té como bebida principal o en una cuarta parte de plátano por infante, que equivale a nada. Parece, igualmente, que falta tiempo para que la situación mejore en el país africano. Como dicen ellos, “el tiempo es de Dios”, no se puede contabilizar. Es Indeterminado.
Julio, 2004: Anastasia, sentada, espera mientras las cuidadoras del orfanato ucraniano le ponen los zapatos. La preparan para irse con sus padres. Hoy, aún no los ha visto y permanece seria, como siempre. En un momento dado, escucha una voz que le empieza a sonar familiar. Con la mirada esquiva el cuerpo de la mujer que la viste. Ve a sus padres y sonríe igual que lo hacen ellos. Después de un mes en el país, es el primer día que la ven sonreír. Es la felicidad de sentirse querida.