La expedición deja atrás una ciudad caótica y afronta un día entero de viaje en autobús
Por Carlota Palma
A las 8 de la mañana nos hemos subido a los tres Toyota Coaster que nos llevarán al sur de Etiopía, cerca de la frontera con Kenia, para descubrir la cultura tribal. Aun así, salir de Addis Abeba, donde hemos estado los primeros días de la expedición, ha sido nuestra primera aventura.
La carretera que sale de la capital y bordea la falla del Rift mide unos 6 metros de ancho. Concentra la mayor parte de la actividad social de los habitantes, que pasean, comercializan, comen y pastorean junto a ella. No pueden evitar sorprenderse al ver a un grupo tan grande de turistas blancos por sus carreteras. Al ser zona de paso, no es habitual que nadie se baje a interactuar con ellos.
A pesar de recibirnos con una sonrisa, tanto ellos como nosotros sabemos cuál será su siguiente reacción: pedir dinero o comida. Los niños ponen la mano cerca de las ventanas esperando a que caiga algo, e insisten con la mirada. Algunos, si no lo consiguen, son capaces de correr pegados al todoterreno para intentar perseguir su objetivo, con pocas esperanzas. La escena, que recuerda a Rocky corriendo por Philadelphia, se repite kilómetro tras kilómetro.
Nuestra primera parada es en el río Arash, haciéndonos notar entre la población gurage. Empezamos una conga al ritmo de “Purpurina”, y no tarda en animarse todo el grupo. El contacto orgánico a través del baile nos ha permitido fotografiar a un señor mayor, en traje, con varios niños en bicicleta. Seguimos con ritmo hacia el puente desde el que se ve este río tan especial, ya que desembocará en un lago desértico.
Seguimos hacia el yacimiento de Tiya, un paraje con mucho interés arqueológico y sociocultural. Las piedras de este peculiar cementerio muestran cómo se colocaban los cadáveres hace 900 años: en forma de feto y con falos enormes para mostrar si el fallecido estaba circuncidado o no. Con la entrada del cristianismo a Etiopía, pasaron a enterrarse totalmente estirados. Aun así, los cadáveres siempre se situaban en dirección este-oeste, como la salida del sol, preparando al difunto para una nueva vida.
Paramos a comer por Oromía. El restaurante recibía hoy al gobernador, y han cortado las calles para evitar problemas. Tenemos suerte de que uno de los guías, Mehari, se adelanta y consigue que nos dejen pasar para disfrutar de la comida.
Volvemos a los Coaster para encarar el último tramo del viaje: llegar a Wolayta. Le pedimos música al conductor y Toni, guía de la expedición, no duda en hablarnos de Teddy Afro, uno de los cantantes más míticos de la cultura etíope, y nos enseña el baile típico del Tigray con los hombros.
Se nos hace ameno hasta la siguiente parada, un bar en el que no suelen parar muchos turistas. El camarero sirve rápidamente las bebidas, va a buscar su teléfono y empieza su misión, una misión que ya hemos vivido antes: conseguir fotos con turistas blancos. Para a los que considera más prototípicos: un chico moreno y alto, una chica con los ojos verdes y otra rubia. Está muy sorprendido, y se esfuerza por analizarnos, al igual que las demás personas que nos miran atónitas desde la terraza. Cual estrellas de cine, salimos del local mientras nos graban para guardar nuestra visita en su recuerdo. Ellos no lo saben, pero a nosotros nos ha quedado el recuerdo sin necesidad de una foto.