“Chicos escúchenme, tenemos que estar sincronizados. Sigan mis órdenes y todo irá bien”. Roberto es el guía de nuestra embarcación. Nos coloca a cada uno en nuestra posición y nos enseña cómo tenemos que remar. También se pone en el peor de los casos y nos explica qué tenemos que hacer en caso de caernos al agua haciéndonos ver, por si no lo sabíamos, que en el rafting existen unos riesgos que hay que saber afrontar. “Derecha adelante, izquierda atrás!”. Rápido tras rápido, esquivamos rocas, ramas y demás obstáculos siguiendo la batuta de nuestro instructor. Pero no todo es tensión: en los ratos libres conversamos y aprendemos algo de Quechua.
“Ha ocurrido algo”, nos dice preocupado. En este deporte las barcas que forman parte de una expedición se ayudan unas a otras y si una no aparece cuando llevas un rato esperando es que algo ha pasado. Nos acercamos a una de las orillas de río, donde la barca queda atrapada. “Ahora vengo, voy a ver que sucede”. En unos minutos las dudas desaparecen. Una embarcación ha volcado y ha perdido uno de sus remos. Todos sus tripulantes, entre los cuales se encuentra el coordinador de la expedición Tahina-Can, se han mojado de arriba a abajo y han probado la temperatura que el río Chili nos ofrece. Sin pasar a mayores, instantes después la situación se arregla y las embarcaciones siguen su curso. “Este rápido que viene ahora es el más fuerte, es de nivel 4”. Algunas sonrisas y unas pocas caras de preocupación advierten que ahora viene lo grande, el punto fuerte de esta aventura. Pero nadie podía imaginar que se tratara de una cascada lo suficientemente alta como para cambiar el color de cara a los ocupantes de proa. “ Adentro!”. La orden es clara y la obedecemos inmediatamente. Todo el mundo dentro apretando dientes y manos y haciendo fuerza, moral y física, para que no nos ocurra como a nuestros compañeros. Una vez abajo, con la calma del agua llega la nuestra.
Ahora sólo quedan sonrisas. Sonrisas que se mantienen una vez abandonado el bote, al final del trayecto, e incluso cuando ya estamos de nuevo en el mismo autobús anacrónico, medio mojados y algo fatigados, de vuelta a casa.