Las vacaciones de treinta y cinco años de Víctor Velázquez en el paraíso
Las vidas, muchas veces, se asemejan bastante a los argumentos de las películas. Tienen un principio, un desarrollo, un punto de inflexión y luego un desenlace. Pero, si ese punto de inflexión que gira el rumbo del guión se lleva el trabajo de toda una vida, el desenlace en la vida real puede llegar a ser trágico. Pero no para el protagonista de esta historia, que bien podría ser un best seller, quien no dejó que las piedras del camino le impidieran cumplir el mayor de sus sueños: llegar a ser capitán de su propio barquito.
Víctor Velázquez dedicó una gran parte de su vida a la restauración de instrumentos, siguiendo la tradición familiar para llegar a convertirse en un gran profesional del ámbito. Pero con 47 años le robaron su coche y uno de los violines que estaba restaurando, instrumento que no hubiera podido devolver ni con todo el trabajo de su vida. Finalmente, el cliente pudo recuperar el violín gracias a un carísimo seguro, pero el disgusto llevó a Víctor a la isla de Holbox de vacaciones, para recuperarse del susto y descansar. O eso creía cuando llegó allí.
Hoy en día Víctor tiene 82 años y continúa de vacaciones. Cuando llegó a la isla tiró su reloj y sus zapatos al mar, y nunca los ha vuelto a necesitar. En esa época, 35 años atrás, varios jóvenes le enseñaron submarinismo y, a cambio, él les enseñó música mientras construía su pequeño barco. Ahora vive sin el estrés de las ciudades, rodeado de pescadores y construyendo instrumentos con madera recicladas en uno de los paraísos más mágicos del planeta. También enseña música e inglés a los isleños interesados que se acercan a la casa de la cultura.
Pero lo que más disfruta es salir a navegar con su barquito, la única propiedad de Víctor que un huracán que azotó Holbox años atrás no pudo destruir, porque eso era, según él, lo que quería el destino. Ni siquiera tiene motor, solo una vela, pero es suficiente para navegar tranquilamente y sin rumbo sobre el agua cristalina del caribe mexicano, para llegar, como él dice, “donde me lleve el viento”.
Marina Borras